La autogestión yugoslava: Una visión dentro de su cuadro ideológico-político marxista

Franjo Nevistic

"... El problema por discutir no radica, pues, en si la suerte de los pobres mejoraría considerablemente en una sociedad en que no hubiese ricos; consiste, en realidad, en decidir si convendría más sustituir a los empresarios por funcionarios retribuidos y transformar las empresas privadas en explotaciones del Estado y, además, en determinar si los ricos han llegado ya a poseer en la sociedad actual un poder económico, político y social difícilmente tolerable y socialmente injusto". (W. Roepke, Introducción a la Economía Política, Eds. de la Revista de Occidente S. A., Madrid 1946, pág. 26).

Este es, efectivamente, el gran tema del diálogo que está desarrollándose en presencia de todos nosotros. No solamente en la esfera de la teoría político-económica, sino aún más en la política práctica y la vida efectiva.

¿Podemos hablar de diálogo? Sólo hasta cierto punto y parcialmente. En nuestra sociedad turbulenta con opresión, terror, huelgas violentas, represión, revoluciones y guerras político-sociales y de liberación nacional, ¿podemos considerarlo diálogo? Evidentemente no, si deseamos evitar mayores confusiones. La mencionada serie de medidas y contramedidas de lucha son más propias de los brutos que de seres ético-racionales.

No obstante, podemos hablar de un diálogo, entrever en dichos fenómenos de violencia también elementos ético-racionales, tema específico para un verdadero diálogo humano. Esta cobertura de irracional violencia acompaña casi fatalmente al hombre a través de toda su historia[1]. Igualmente si adoptamos la posición de la teoría evolucionista total sobre el origen del hombre y su penosa subida hacia la actuación libre -ético-racional- desprendiéndose de su naturaleza material y de sus leyes de causalidad fatales -la fisiología y la economía- o si creemos en el acto especial de Creación del hombre por Dios y su posterior caída a causa del pecado original, lo que tampoco excluye la evolución parcial según otros, como por ejemplo, el padre Teilhard de Chardin[2].

Por esta razón y para simplificar la problemática, podemos hablar de un diálogo acerca de si conviene a los hombres "sustituir a los empresarios por funcionarios retribuidos y transformar las empresas privadas en explotaciones del Estado", olvidando por el momento los fenómenos, por cierto relevantes, pero ajenos a la esencia del problema. (*)

Para no alejarnos de nuestro tema, podemos decir también que el fenómeno y el problema general de la autogestión yugoslava cuadran justamente dentro del diálogo mundial que nos interesa. Efectivamente, aquel intento económico-social y económico-político no es otra cosa que una variación del tema colectivismo. Desde la revolución bolchevique de 1917, el problema de la sustitución de las empresas privadas y los empresarios por las explotaciones del Estado y los funcionarios públicos, pasó del campo teórico al de la batalla práctica, cotidiana. El lugar de los profesores y teóricos de la economía política, lo vienen ocupando cada vez más los políticos, policías o militares.

La revolución rusa, llevada a cabo contra las previsiones de Marx de que tales revoluciones iban a realizarse primero en los países industrialmente avanzados y no en países atrasados, puso este problema a la orden del día ante el público de todo el mundo, optando ella misma total y exclusivamente por los funcionarios públicos en un Estado empresario. El fin de la última guerra mundial trajo la solución soviética a toda una serie de Estados, especialmente a sus vecinos y, entre ellos, también a Yugoslavia. Este país gozaba de un prestigio mayor porque su partido había conquistado el poder con propias fuerzas -pese a que sobre esto se ha exagerado bastante- y por su extremado celo con que optó por la forma del colectivismo soviético, por el poder centralista proletario y la omnipresencia del Estado en todas las manifestaciones humanas, en especial de la economía.

Para todos estos Estados colectivistas (Yugoslavia incluida, se entiende), la sustitución de las empresas privadas y sus dueños por el Estado y los funcionarios públicos, fue la mejor solución. Esta sustitución no prometía traer solamente las mejoras a los pobres, sino también un verdadero bienestar y la liberación del hombre de la alienación y la explotación. Se anunciaba también el fin del colonialismo con la lógica afirmación del derecho a la autodeterminación de los pueblos.

Por desgracia, los ideales fueron, una vez más, desmentidos por la vida real. El socialismo "científico" se reveló en el sentido maquiavelista[3], como una ideología más. Pero la desmentida esta vez se efectuó, quizás, en la forma más cruel de cuantas conoció la historia universal. Los políticos habían olvidado presentimientos, conocimientos, sugerencias y consejos de los sabios. "La democracia y el socialismo tienen en común sólo una palabra: la igualdad. Pero observen bien la diferencia: mientras la democracia trata de conseguir la igualdad en la libertad, el socialismo la busca en la coacción y la esclavitud".[4]

Prescindiendo, pues, de las dificultades que acompañaron o siguen acompañando a la vida interna de la sociedad soviética y que se exteriorizaron en rebeliones y represiones violentas consecutivas, en purgas y ejecuciones continuas, signos inconfundibles del fracaso del sistema y la confirmación inequívoca y más rotunda de la "intuición" anticipada de Tocqueville, centraremos nuestra atención sobre el "caso yugoslavo". En él encontramos un argumento más, no sólo para el fracaso del sistema en el área misma del poder soviético, sino también y por primera vez en la órbita internacional; dentro del movimiento obrero internacional comunista y del monolitismo de su poder, considerado hasta entonces como una realidad indiscutible, dogma básico para los intereses del proletariado mundial y condición esencial para la conquista del poder en el resto del mundo.

¿Por qué, en realidad, Belgrado atentó contra la unidad monolítica del comunismo internacional y su liderazgo moscovita?

Aun cuando pueda parecer anticuada nuestra respuesta, un poco anticipada, nos parece de importancia decisiva invocar aquí la diferencia entre la opinión menchevique y la bolchevique, que más tarde marcará la línea divisoria entre socialismo democrático y estatismo staliniano, causa principal de la crisis marxista universal y del conflicto soviético-yugoslavo especialmente. "Una de las partes, -decía efectivamente K. Kautsky, exige simplemente que reconozcamos y aceptemos como verdadero lo que sucedió en Rusia, sin discusión ulterior alguna, mientras nosotros reclamamos el derecho a disentir y reexaminar lo que se ha hecho allí".[5]

Tratándose, sin embargo, de un caso que ocurrió mucho más tarde, correríamos el peligro de cometer un error si nos atenemos a lo demasiado abstracto y parcialmente superado por el tiempo y los cambios político-sociales, si no dedicásemos atención a las opiniones directas de los interesados en el conflicto. Hay que observar especialmente los motivos y los objetivos del conflicto.

En lo que se refiere a los motivos, podemos decir, son de doble naturaleza. Unos son específicamente marxistas y otros no. Pese a su enorme importancia, de entre los segundos mencionamos sólo uno: el orgullo humano, individual y colectivo, expresado en una especie de nacionalismo[6].

Analizar, en consecuencia, la personalidad de Tito, la desmedida ambición de este líder de origen y cultura plebeyos, como también de sus principales colaboradores, en su mayoría de origen servio y de un sentimiento nacional exagerado, exigiría un amplio estudio que rebasaría los límites del presente trabajo. Si agregamos a este orgullo, natural por cierto, del hombre, lo que dice M. Djilas es característico del ambiente socio-político comunista en general, bastará para entender tales motivos no estrictamente marxistas: "La sed de poder es insaciable e irresistible entre los comunistas. La victoria en la lucha por el poder equivale a ser elevado a la divinidad, y el fracaso significa la mortificación y la deshonra mayores. Los comunistas tienden también al desmedido lujo personal, al que no pueden resistir a causa de su debilidad humana y la necesidad inherente a quienes ocupan el poder de que se los reconozca como prototipos de esplendor y poderío".[7]

Dos soles, dos esplendores y dos poderíos en el mismo ámbito difícilmente se soportan. El brillo de uno termina por ensombrecer al otro. Así se produjo el conflicto entre Stalin y Tito, entre el ambiente comunista moscovita y el de Belgrado por razones no marxistas en su origen, aún cuando toma su intensidad pasional específica del ámbito comunista. En 1948 el conflicto se hizo público. El monolitismo ideológico y de organización del poder proletario en el mundo presentó grietas muy graves y peligrosas. Detrás de las diferencias que aparecían en la superficie había profundos antagonismos ideológicos, de principios. Los "yugoslavos" son para los rusos, nacionalistas, traidores del movimiento obrero internacional, contrarrevolucionarios y desviacionistas. Los rusos, a su vez, para los "yugoslavos", son centralistas, hegemonistas, burócratas y traidores del verdadero marxismo.

¿Cuáles son, en consecuencia, si es que existen, las verdaderas razones marxistas del conflicto? En efecto, lo que al comienzo parecía oscuro, sin visión ideológica clara, moviéndose por el sendero tradicional, pasó rápidamente a ser un conflicto ideológico netamente marxista. ¿En qué consiste?

Para contestar de una vez, nos parece conveniente citar a R. Garaudy, filósofo marxista francés. Al referirse a la crisis general del pensamiento marxista dice: "Nosotros nos hemos instalado en... la visión maniquea del mundo: de un lado todo el mal y, en nombre del concepto global de decadencia, la negación de toda la posibilidad de ver el menor valor humano... de un mundo efectivamente corruptor; y del otro lado, todo el bien, sin matices ni sombras y, en nombre del espíritu de partido, la repulsa de toda distancia crítica. De modo que hemos aceptado con entusiasmo, sin que ni siquiera nos fuese impuesto, el dogmatismo stalinista".[8]

En cuanto al dogmatismo soviético y su imposición en el caso yugoslavo, no hay una opinión unánime yugoslava. Incluso Djilas se contradice, afirmando una vez la espontaneidad del dogmatismo impuesto desde arriba para cada régimen comunista posible, y en otra atribuyendo a los soviéticos la imposición directa. Así también está la diferencia entre la opinión del prof. Smailagic (ver su artículo en el presente número de Studia Croatica, pág. 139-143) y la, por ejemplo, del profesor y diputado nacional comunista M. Veselica, actualmente encarcelado como "contrarrevolucionario" y "nacionalista "croata". El primero considera la imposición soviética como incontestable, mientras el segundo parece aceptar, por lo menos inmediatamente después de la revolución yugoslava en 1945, la idea lógica y natural de un centralismo y dogmatismo comunista espontáneos también en Yugoslavia.

En efecto, como pueden ver los señores lectores del artículo que recién mencionaron, el profesor Smailagic considera como punto central de la problemática y la crisis general en el pensamiento comunista mundial, que los programas del comunismo se conciben en el plano internacional y su realización se efectúa en el plano nacional. La Rusia soviética trató de desconocer este problema, identificando su modo de realización y de interpretación de los programas comunistas como el único válido y decisivo. El testimonio de Djilas al respecto, aun cuando a veces opta por opinión aparentemente contraria, es de suma importancia: "La idea del comunismo nacional carecía de significado hasta el final de la segunda guerra mundial, cuando se manifestó el imperialismo soviético no sólo con respecto a los Estados capitalistas, sino también a los comunistas... El stalinismo era una mezcla de dictadura comunista personal y de imperialismo militarista. Estas formas de imperialismo consistían en compañías por acciones, absorción de las exportaciones de los países de Europa oriental mediante presión política y precios inferiores a los del mercado mundial, formación artificial de un "mercado socialista mundial", dirección de todos los actos políticos de los partidos y los Estados subordinados, transformación del amor tradicional de los comunistas a la "Patria socialista" en deificación del Estado soviético, Stalin y las prácticas soviéticas".[9]

La idea central en torno a la cual están batallando las corrientes opuestas, es la diferencia del concepto: socialismo y comunismo. La diferencia habría sido forjada por el propio Marx. El socialismo sería sólo una fase transitoria y el comunismo su meta final. Allí se realizará definitivamente la liberación del hombre y logrará la verdadera sociedad post-capitalista. Para llegar a eso, para alcanzar el futuro ideal, es necesario soportar ahora graves sacrificios. Así, por ejemplo, se arguye por la parte soviética: "Quien se opone a la constricción revolucionaria considerándola como un medio objetivo inevitable e indispensable de la lucha por el comunismo, está trabajando contra objetivos del comunismo".

Comentando esta posición, un autor yugoslavo admite que todos los marxistas, a pesar de sus dudas que puedan surgir al respecto -la fase transitoria y los métodos a usar para superarla- creen firmemente en la meta final. Luego agrega: "¿No se amenaza con esto la gente de hoy en nombre de las generaciones futuras? ¿No se emplean medios incompatibles en nombre de ese fin...?".[10]

Refiriéndose a la analogía de la revolución burguesa con la comunista, S. Stojanovic, uno del grupo de la revista filosófica marxista "Praxis", que aparece en Zagreb, recalca: "De las largas filas populares que derrumbaron al feudalismo emergió gradualmente la burguesía y se impuso así una nueva clase dominante.

Una diferenciación paralela se produjo también en la revolución socialista. La propiedad feudal y la burguesa, expropiadas, se transforman en la base de la nueva propiedad estatal. Las masas se convierten en objeto de explotación de la nueva clase dominante. Esto encontró una firme resistencia por parte del ala coherente revolucionaria del partido comunista. Pero la misma tuvo que o someterse al partido gracias a la represión o fue lisa y llanamente liquidada físicamente. Luego el socialismo se propaga más allá de las fronteras nacionales y se establece en varios países que caen bajo el control directo y la dependencia de la tierra-madre estatísticamente más fuerte".[11]

Por esta razón hay que desenmascarar "al más grande mito ideológico del siglo XX: el mito estatalista del socialismo". En términos siguientes lo hace D. Grlic: "Quién pudo prever todas esas desviaciones, todas esas deformaciones sociales, a menudo muy profundas, las opresiones nacionales, la exteriorización de las pasiones nacionalistas más oscuras, el genocidio, el tratamiento de los adversarios ideológico-políticos peor que a criminales, y todos los demás horrores de deshumanización, el terror personal, la burocracia gris, el poder de castas y la ignorancia en el ámbito del socialismo, uno de los sistemas más humanos y más libres, en principio, y en nombre de las mentes más fuertes y libres como lo fue la de Marx".[12]

"Es necesario realmente tener mucha fantasía y, además, depravada, para ver a la clase obrera en la sociedad estatal como algo diferente a lo que es. El mito ideológico sobre el proletariado como clase dominante está alimentado por el hecho de que una parte de la clase dominante está reclutada del seno del proletariado. Tampoco en este sentido, el más liberal del término, se puede hablar de la clase obrera como clase dominante, si no queremos ser cínicos y hablar con ironía. Justamente en este sistema la clase obrera está más sometida y más explotada. No sólo que no tiene ningún poder de decisión sobre la dirección de producción y el reparto del plusvalor, sino que tampoco tiene el derecho que había logrado en el sistema democrático burgués más desarrollado: no puede elegir al patrón de trabajo ni contratar condiciones del mismo, como tampoco el importe de su salario.

El proletariado no tiene sus organizaciones independientes que podrían representarlo y garantizar sus derechos. Esas organizaciones, formalmente obreras, en realidad son estatizadas y preformadas en correas de transmisión de la clase estatal y de su Partido... Los medios de producción no son propiedad del proletariado, pero tampoco del aparato estatal. ¿De quién son entonces? ¿De nadie? ¿O de la sociedad? Pero ¿qué especie de propiedad social puede ser la propiedad de la cual está excluida la clase obrera?"... "Sin embargo quien verdaderamente dirige la producción y dispone del plusvalor, es también el propietario de facto de los medios de producción, sin consideración alguna al orden legal", dice Stojanovic[13].

En efecto, Marx consideró que la política en la época premarxista fue la política de una clase, donde hubo alienación y explotación del hombre por el hombre, de la clase por la clase y que el socialismo iba a traer la definitiva liberación tanto de uno como del otro mal. "Pero ¿qué sucedió después de haberse abatido el poder de la clase dominante en la sociedad capitalista?" pregunta Mihajlo Markovic, uno más del grupo mencionado de la revista "Praxis". En una aguda exposición del problema, el autor demuestra cómo la nueva sociedad degenera y recae en la política de clase, esta vez más pronunciada e insoportable. Cuanto más se aleja del momento de su victoria, tanto más se acentúa su "extrema concentración de los poderes decisivos en las manos de un grupo limitado de dirigentes".

Pero en la sociedad, donde hay esta diferenciación entre los sujetos y objetos de la política, unos llamados a tomar medidas y otros para sometérseles y ejecutarlas, tenemos una verdadera alienación política. Markovic agrupa en cuatro puntos hechos-razones de esta nueva alienación política. Primero, el hombre pierde el control sobre el Partido, el Estado y la sociedad. Por eso se siente impotente. No es más la parte activa y decisiva de la sociedad y no puede ejercer casi ninguna clase de influencia sobre su desarrollo. Un sentimiento de apatía se apodera de él. La política ya no lo interesa. Las elecciones son una mera formalidad. No existe una verdadera elección del diputado y su voto, en consecuencia, no tiene importancia alguna. "Ahora el miedo, la preocupación, la aspiración al éxito son motivos primordiales de la actividad política". Así se llega al segundo grado de la alienación política: la formación de la burocracia. Aquí uno se separa de sus más cercanos y se alinea junto a los que gobiernan. A nadie le interesa cuáles son los hombres sino qué cargo cubren. "No se unen el hombre con el hombre sino el cargo con el cargo".

Todo está subordinado a la política. "En esta atmósfera de desconfianza, falsedad y artificialidad, muchas relaciones potencialmente humanas y cordiales se extinguen antes de tomar cuerpo. En las formas más drásticas de la sociedad burocrática (en tiempos de Stalin) el individuo debía ocultar sus opiniones políticas incluso ante su propia familia". Tercero: la política pierde su verdadero sentido. "Las discusiones de las conclusiones tomadas de antemano, las elecciones con candidatos ya electos, la crítica destinada a quedar sin efecto y formar parte de un ritual específico, todo esto da a la actividad política el carácter de una manifestación, la transforma en rutina y formalismo vacío. Por eso no encontramos en ningún otro caso tantos clisés estereotipados, tanto vacío moral y aburrimiento nauseabundo como en el funcionamiento del aparato político burocratizado".

Por fin se realiza la despersonalización más completa del hombre. "En lugar de desarrollar e diferenciar su propia personalidad, el (hombre) se olvida a sí mismo, a sus necesidades y sus posibilidades, a sus proyectos; se libera de su responsabilidad personal y se convierte en un elemento de la masa que se rinde a la voluntad, sin distinción e irracionalmente, del jefe". "...Este análisis demuestra que en la sociedad post-capitalista que se proyecta hacia el socialismo hay posibilidad para las formas drásticas de la alienación política: cuando la élite revolucionaria se transforma en burocracia y se impone la diferencia de los ciudadanos en sujetos y objetos de la política".

Valorizando el lado positivo e inevitable de cierta burocratización en todas las formas de sociedad, Markovic recalca su definición, involucrando en ella aspectos esenciales. "En realidad, la burocracia política está constituida por un grupo social permanente y compacto que ejerce la política en el sentido profesional, sin control de las masas y que gracias a su ilimitado poder de disposición con el plusvalor, asegura para sí privilegios materiales más o menos visibles". En esta definición hay tres elementos: la profesionalización de la política, oponiéndose a cambios posibles; la emancipación del control de las masas y su monopolio sobre el producto nacional y su distribución reservando para sí la parte de león. "De esta manera se ha demostrado que, para eliminar la explotación, no basta eliminar la propiedad privada de los medios de producción... La burocracia es el exponente del principio de la explotación, mientras todos los demás grupos de explotación están abatidos".[14]

En síntesis, el sueño, las promesas y las esperanzas que el hombre depositaba en el programa de la revolución social y política marxista quedaron frustrados. La filosofía eminentemente revolucionaria y dialéctica se petrificó y convirtió en justificativo del poder de los burócratas partidarios y del Estado. El marxismo, en su interpretación burocrático-estatal y stalinista es una nueva "Bella Durmiente" como dice R. Garaudy. La realidad en movimiento deja de serlo. Los revolucionarios se convierten en conservadores. "Puede parecer paradójico, por lo menos a primera vista, cuando se dice que el marxismo en la actualidad puede desarrollarse ulteriormente sólo en función crítica del movimiento y la sociedad socialistas y si al mismo tiempo puede presentar desde ya un programa de superación del capitalismo", habiéndose agotado su crítica del mismo y sin posibilidad de decir algo nuevo[15].

Para superar esta crisis filosófica y político-social del marxismo, los yugoslavos proponen justamente su solución de una sociedad de autogestión, invocando las siguientes palabras de Marx: ...La sociedad de autogestión es "la sociedad compuesta por la asociación de los productores libres que trabajan conscientemente en la base de un plan común y racional".

Como hemos visto, al comienzo de la rebelión yugoslava no hubo ninguna virtud moral o inquietud humanista como su motivo fundamental. Se trató en realidad de un pecado -pecado angélico de rebelión-. No obstante, podríamos decir con ciertos teólogos católicos -felix culpa!- refiriéndose al pecado original como causa de la posterior magnífica obra de Redención. La rebelión socialista yugoslava no nos permite todavía vislumbrar una redención del hombre de la esclavitud comunista, pero, no obstante, se podría decir esta vez también: felix culpa! Esta culpa abrió la puerta a una crítica con consecuencias imprevistas. Esta vez los marxistas, los revolucionarios en el poder revelan lo más absurdo de su filosofía y de su sistema de gobierno.

En los párrafos precedentes hemos visto cómo esta crítica desenmascara al socialismo estatal stalinista, "el mito más grande del siglo XX". A continuación ubicaremos ideológicamente la autogestión como la contestación práctica yugoslava, sus posibilidades y sus perspectivas.

Orígenes históricos

Djilas trata de convencernos de que fue él quien inventó la idea y el término autogestión. "El país, dice, se estaba ahogando en la cizaña burocrática... Un día de primavera del año 1950 me asaltó la idea de que nosotros, los comunistas yugoslavos, podríamos empezar a realizar la libre asociación de los productores, es decir que dejáramos a ellos las fábricas para. que las administraran con la única obligación de pagar los impuestos para cubrir gastos militares y otros "todavía necesarios" del Estado".[16]

Prescindiendo de estos méritos personales o no, el Partido implantó ya en 1949 los llamados consejos de obreros con carácter consultivo. En el conflicto con Moscú, Belgrado necesitaba un respaldo más firme por parte del pueblo. Por el bloqueo económico impuesto por Moscú y sus satélites, Yugoslavia tuvo que asegurarse simpatías y créditos en Occidente. La nueva política tuvo éxito. El pueblo dio prueba de su benevolencia, porque difícilmente soportaba su divorcio con el gobierno. Desde 1945 venía fortaleciéndose el aparato centralista partidario-estatal que negó casi todas las libertades cívicas y mató la iniciativa privada, fuerza creadora principal del progreso económico. La nueva orientación hacía vislumbrar mejores perspectivas.

Apoyar al gobierno en este sentido significó para el pueblo dos cosas: alejarlo de Moscú y afirmar su propia presencia en los asuntos políticos y económicos de la comunidad. Así, por primera vez, un gobierno comunista parecía obtener el respaldo masivo y se hacía popular. Los caminos de gobierno y de pueblo convergían hacia el mismo punto: robustecer la propia posición, no obstante la diferencia existente entre el último fin de las dos partes. El pueblo anhelaba su liberación del poder tiránico y éste su propia salvación en un período de crisis, inseguridad e incertidumbre. La nueva colaboración, podríamos decir, en el clima de la concordia discors mejoró las condiciones políticas y económicas del país. Por eso, la ley del 27 de junio de 1950 introduce la autogestión como un nuevo sistema de la estructura del poder y de la sociedad yugoslava. Los consejos obreros de carácter consultivo se convierten en organismos, en principio, también de administración. El mundo occidental vio en esto también su oportunidad. El monolitismo ideológico-político del comunismo internacional recibió un impacto de consecuencias incalculables. Para reconocer el hecho y para alentarlo, Yugoslavia se convirtió en un favorito especial del capital financiero occidental. Yugoslavia recibió también un trato político especial: no estaba tras la cortina de hierro, su comunismo no era un verdadero comunismo, su sistema de autogestión era una alternativa de socialismo democrático, humano, etc. Las quejas de sus adversarios, clandestinas en el país, o públicas en la emigración, no prosperaron.

Opinan marxistas yugoslavos

¿Qué es, entonces, esa autogestión? No es nuestra tarea analizar su organización jurídico-técnica. Nos limitamos a esbozar en lo esencial su cuadro ideológico, sus posibilidades en las condiciones concretas yugoslavas y su perspectiva en vista de la reciente crisis de aquel país multinacional. Para evitar todos los reproches eventuales de parcialidad por ser nosotros adversarios de aquel Estado y de su sistema social, cumpliremos nuestro propósito de acuerdo con las ideas, juicios y estimaciones de los mismos marxistas yugoslavos que tan decididamente rechazan la solución stalinista.

Según aquellos autores marxistas, la autogestión está inspirada por una filosofía "diametralmente opuesta" a la del socialismo stalinista. "Surge de una nueva y radicalmente diferente concepción de la sociedad y del hombre, de una estructura filosófica diametralmente opuesta a aquella con que la burocracia trata de revalidar su propia existencia". Este mismo autor nos proporciona una definición descriptiva de la sociedad de autogestión: "La autogestión significa que las funciones directivas no corren por cuenta de ninguna fuerza extraña a la sociedad u opuesta a las masas de ciudadanos, sino los que producen se encargan de la misma y forman la vida asociada en todos sus aspectos. La autogestión significa superación de la permanente e inconmovible división de la sociedad en sujetos y objetos de la historia, en dirigentes y ejecutores...".[17]

Conscientes de la altura de su ideal, estos autores, para salvar semblanza de hombres críticos, examinan las condiciones para una sociedad de esta índole. Unas son de carácter general sin consideración al lugar o tiempo donde debería organizarse. Otras son de carácter local, específicas del ámbito yugoslavo.

Las primeras se dividen en objetivas y subjetivas. Las primeras consisten en un desarrollo científico y técnico de la sociedad que posibilita la satisfacción de las necesidades básicas de la vida de todos sus ciudadanos. La técnica y la industria deben alcanzar un alto grado de eficacia. En cuanto a las segundas, la sociedad de autogestión exige una tan alta cultura general de los ciudadanos que sabrán bien equilibrar actuales tendencias de la "personalización y la socialización del individuo". La política se desprofesionaliza. "Los funcionarios políticos no gozan de ninguna clase de privilegios materiales ni de un "status" superior: nada más que confianza, respeto, benevolencia de los ciudadanos. En una sociedad en la que se desarrolla la autogestión, se impone cada vez más el criterio de la capacidad personal de los candidatos: su juicio, su saber, su integridad moral, su capacidad".[18]

La satisfacción de las necesidades materiales, la elevación de la cultura y la educación de una conciencia socialista preparan a todos para decidirse, en los momentos de prueba, por el bien común. La autocrítica y el sentimiento humanista deben ser tan fuertes para impedir desde el comienzo ambiciones de superioridad, de riqueza, de exclusividad, de formación de nuevas clases, etc. Es evidente que este ideal, nos parece, se acerca al de los monasterios religiosos medievales, donde la fe, la abnegación y la obediencia fueron bastante comunes.

Markovic y sus colaboradores están conscientes de las dificultades, pero no obstante creen en la posibilidad de una sociedad de autogestión, de acuerdo con el marxismo. Al mundo capitalista occidental, según su opinión, no le faltan condiciones de alto nivel de desarrollo científico y técnico-industrial, pero le falta "un fuerte sentimiento crítico y humanista para impulsar la sociedad hacia la realización de las óptimas posibilidades históricas".[19]

Por eso, el mencionado autor vacila al tratar de valorizar el intento yugoslavo de autogestión. Es mérito de Yugoslavia el haber redescubierto e iniciado la organización de una sociedad de esta clase, dice y luego agrega: "La ironía de la historia quiso que la autogestión haya comenzado a abrirse camino en un país relativamente atrasado, semirural, y no en las sociedades altamente industrializadas y relativamente ricas de Occidente".

A esta dificultad objetiva, análoga a la revolución comunista efectuada en los países atrasados y no industrializados, como preveía Marx, se agregan, en el caso yugoslavo, otra más. Se trata en primer término del conflicto entre las fuerzas de autogestión y la burocracia estatal y partidaria existente. Gracias a él, la autogestión quedó durante más de veinte años sólo como una fachada y no una realidad. El divorcio entre las disposiciones formales de la ley y la voluntad efectiva en la realidad social fue tan grande durante estos veinte años de experimentos, que nos autoriza a decir que la autogestión quedó solamente como una sombra de lo que debía ser. Sabido es que el burocratismo-centralista y estatismo yugoslavos fueron desde 1945 un fenómeno social-político que competía por su rigor con el del Kremlin.

"En nuestro país el Estado sigue siendo muy fuerte y ejercita vigorosamente las funciones económicas más importantes: determina el sistema fiscal y crediticio, la política de inversiones, la planificación y las normas económicas fundamentales. El Estado reserva para sí la parte del león al distribuir el plusvalor. La existencia del Estado en general y de un Estado así fuerte, con más razón hace nacer espontáneamente tendencias burocráticas que por su naturaleza se oponen a un desarrollo ulterior de la autogestión social y presionan en el sentido de mantenerla dentro de sus limites iniciales y todavía estrechos".[20]

Estas tendencias burocráticas espontáneas se traducen en nuevas formas de burocratismo que nada tienen que envidiar al burocratismo estatal que se trató eliminar. "Surgen grupos burocráticos compuestos por los dirigentes técnicos y los funcionarios de instituciones y organizaciones políticas (Liga comunista, sindicatos, órganos administrativos) que a veces incluyen también a los jefes de los Consejos obreros usurpando el poder de la empresa o de la comuna. Abusan de sus cargos y de sus influencias para obtener el control total de las decisiones y, no raras veces, también determinados privilegios materiales para sí y para sus amigos. Este procedimiento lleva a una pasivización ulterior de masas y a veces a la desmoralización de las colectividades de trabajo".[21]

Por la misma razón, siendo el burocratismo partidario estatal el dueño "de facto" de todos los medios de producción y de distribución del producto nacional, la autogestión queda limitada a las empresas locales y de menor significado. "Desgraciadamente no hay indicios que autorizarían a esperar una rápida transformación del estatismo en socialismo. Al contrario, parece que se delinea ante nuestros ojos un largo periodo de estatismo en que, en el mejor de los casos, se establecerán en ciertos países las formas de la autogestión social limitadas a las micro comunidades".[22]

En tal sentido, dice un autor extranjero que, formalmente, "corresponde a cada empresa su política personal, su programa de producción, inversiones, precios de sus productos, etc.; incluso eligen a sus clientes y proveedores en el extranjero", pero "la autogestión de las empresas está todavía sometida en formas múltiples al Partido. Además, está reglamentada por el Estado. Así, una parte de los precios, especialmente en metalurgia y en la industria de la energía, es determinada por el Estado. La rigurosa legislación de las divisas hace casi imposible los negocios con el extranjero. Pero, por sobre todo, pesan múltiples contribuciones públicas sobre las empresas y de tal magnitud que muchas casi nada pueden invertir".[23]

Si la idea y el movimiento de autogestión no abarcan la totalidad del Estado, si no desmantelan el burocratismo en todos sus niveles, empezando desde el vértice de la sociedad y el Estado hasta sus últimas bases en la empresa y la comuna, no hay posibilidad de realizar una sociedad de autogestión. Los organismos de poder: el partido, la policía, el ejército y la administración del Estado quedan al margen de la autogestión. Por eso, "en lugar de una redistribución del poder, en la mayoría de las organizaciones de trabajo reapareció la reproducción jerárquica. Ella se convierte en la correa de transmisión del grupo dirigente de la empresa, lo que quiere decir un instrumento auxiliar en las manos de la dirección". En efecto, la legislación de la autogestión ha posibilitado la desvinculación formal de la dirección de las empresas de toda responsabilidad. "Los órganos de la autogestión asumieron plena responsabilidad por todas las decisiones sin tener el conocimiento necesario y específico y sin disponer del indispensable poder social para ejercitar tal responsabilidad; de esta manera se han transformado cada vez más en un cómodo recurso, para el grupo dirigente que, escondido tras los organismos de la autogestión, dirige con mayor o menor irresponsabilidad la empresa. Así, los grupos dirigentes (la "meritocracia" como lo llama el autor que estamos citando, Ob. n.) en las empresas se convierten, intencionalmente o no, en los grupos que detentan todo el poder sin asumir la responsabilidad por su obrar".[24]

Creemos que estas interpretaciones auténticas -de los autores yugoslavos marxistas sobre su sistema marxista- deben disipar ilusiones de cuantos están soñando con una sociedad más justa y sin clases, más libre y sin explotación, substituyendo a los empresarios privados por funcionarios retribuidos, a las empresas particulares por explotaciones de Estado. Además: alrededor de un millón de obreros "yugoslavos", sin poder encontrar trabajo en su casa, están absorbidos por la economía e industria del mundo libre y capitalista.

¿Por qué nuestro interés?

¿Por qué dedicamos estas páginas a la autogestión yugoslava? Porque, prescindiendo del interés general que se le atribuye como a una pretendida alternativa a la sociedad de la empresa privada y del pluralismo político, incide directa y fatalmente en la vida de nuestro pueblo croata en dos sentidos. Primero, lo somete a un régimen contrario a su voluntad y a sus intereses. Segundo, la propaganda que lo ensalza, le concede a ese régimen y a esa comunidad plurinacional un papel "predimensionado" en el sentido económico, político y humanista. El prestigio global de aquella comunidad comunista y hegemonista hace cada vez más difícil la lucha del pueblo croata por sus derechos fundamentales de autodeterminación, tanto interna como internacional.

Últimamente la propaganda laudatoria de la pretendida autogestión yugoslava viene tomando cuerpo también en nuestro ambiente latinoamericano, lo que, con más razón, nos inquieta profundamente. La polémica en torno a aquel problema, iniciada por los artículos del ex presidente chileno Frei en El Mercurio del 16 y del 18 de julio del año en curso, sin la mínima intención de intromisión en los asuntos de aquella nación, nos incitaron a tomar una posición al respecto y contribuir en algo al esclarecimiento del mismo.

En efecto, el Dr. Frei no vacila a decir: "Uno de los más destacados periodistas suizos me afirmaba, comentando este sistema, que lo que vale es que les da a los trabajadores realmente el poder y responsabilidad en la tarea del desarrollo. En suma, una nueva etapa y una nueva concepción de la empresa y la economía". Además, le agregó que no hay quién podría parar ese proceso. "Diríamos -dice el Dr. Frei al final de sus dos largos artículos que el problema no es detenerlo..., el problema es saber lograrlo. El aporte de Yugoslavia es por eso valioso". Si agregamos lo que el señor Frei dice sobre sus anfitriones, entre ellos -el Kardelj- verdadero artífice de la autogestión y el segundo hombre en la jerarquía política yugoslava y su más alto exponente teórico: "No estábamos frente a propagandistas enceguecidos, sino ante hombres abiertos y sencillos", nuestra sorpresa llega al extremo. Parece como si el ex presidente chileno hubiera olvidado aquella: ¡Cicero pro domo sua! Por eso no podemos dejar de coincidir plenamente con el señor Pablo Rodríguez Grez al criticar la postura de Frei: "Sin duda aquellas crónicas (de Frei, N. obs.) constituyen un halago en un momento en que ensalzar un régimen comunista, por original y peculiar que nos parezca, induce a confusión a la ciudadanía, tanto más si se tiene en consideración que se omite todo comentario respecto del régimen político en que se dio aquella experiencia".[25]

Justamente, la falta de ubicación de aquel intento dentro de su cuadro político, es la razón principal de dedicar nuestro artículo a este aspecto.

"Si alguien desoye los mensajes de la historia, no se sume al instante a la muerte, no muere al punto electrocutado o ahogado (inobediencia a las leyes naturales, N. obs.). A veces -peregrina burla de la historia- hasta es glorificado por sus contemporáneos o por los historiadores; pero fatalmente atrae no una sino miles o millones de muertes sobre sus semejantes, sobre su pueblo y sobre la humanidad. Es esa una verdad hasta ahora desconocida por los hombres y es, sin embargo, una verdad que es forzoso grabar, esculpir, tallar, incrustar en la mente humana".[26]

Tito y una parte de sus colaboradores no fueron "electrocutados o ahorcados" a pesar de que desoyeron y están desoyendo el mensaje de la historia. Por el contrario, son "glorificados" por ciertos contemporáneos tanto que podemos hablar de un caso especialísimo de la "peregrina burla de la historia". Millones de muertos costó su experimento "innovador" de la historia. Es verdad que el padre Teilhard de Chardin dice que no hubo innovadores de la historia que no provocaran ríos de sangre y de lágrimas, pero ¿qué justificativo hay para la "innovación de la historia" de Tito y su "nueva clase"?

Como hemos visto a lo largo de este artículo se ha dado preferencia a los autores yugoslavos -la mayoría servio-eslovena- contrarios a la autodeterminación croata. No obstante, según ellos, el socialismo yugoslavo hasta 1966, a pesar de la legislación a favor de una sociedad de autogestión, poco se alejó de lo substancial y lo característico del burocratismo, el pragmatismo y el dogmatismo stalinista. La "nueva" sociedad produjo la "nueva clase", la explotación y la opresión tanto en el orden individual como en el de clase o nación. Los intentos de liberalización del régimen a partir de 1966 especialmente -fecha de la destitución de Rankovic, stalinista y granservio-, prometían perspectivas más luminosas para todos. Sin embargo, el golpe de Estado efectuado por Tito y sus generales en diciembre de 1971, oscurece nuevamente el horizonte no sólo en Yugoslavia, sino a lo largo y ancho por donde hubo quienes, fuera del país, cifraban esperanzas en un socialismo con "faz humana".

La destitución del liderazgo comunista croata, su acusación de "liberales", "nacionalistas", "chovinistas" y "contrarrevolucionarios"; el arresto, las condenas y las expulsiones del Partido de muchos estudiantes croatas; la persecución masiva de escritores, intelectuales e instituciones culturales de Croacia y, por fin, la supresión de unos veinte periódicos representativos de Croacia y la "reforma" de los restantes en el sentido de "unidad ideológica", son pruebas inconfundibles del empeoramiento en aquella sociedad que muchos señalan como una solución aceptable entre los extremos de la sociedad capitalista y la de carácter estatal comunista. Además, un millón de obreros que no pueden hallar trabajo en su casa, fueron absorbidos por la economía y la industria del mundo libre, sin esperanza de que dentro de lo previsible podrían retornar a sus hogares "socialistas".

La vigorización del "centralismo democrático" y la omnipresencia del Partido, proclamadas nuevamente por Tito y su "brazo derecho", S. Dolanc, a la sombra del ejército y la policía, hacen ilusorias todas las enmiendas a la actual Constitución del país; hechas o que se están por hacer, con el propósito de "profundizar" y "ampliar" el sistema de autogestión. El partido, la nueva clase, el dueño exclusivo de la sociedad y de todos sus bienes de producción y de distribución, no permite la libertad. La libertad del hombre y de los pueblos significa el fin de aquel poder usurpador. La "Bella Durmiente" marxista yugoslava, después de un breve despertar, vuelve a un sueño mortífero. La labor de la nueva comisión de Tito para la reforma constitucional recientemente constituida, hay que valorizarla en los siguientes términos de M. Markovic, expresados antes de la actual posición dictatorial de Tito: "La burocracia usa a menudo de las fórmulas dialécticas. Además, hace esfuerzos máximos para dar a la sociedad la mayor apariencia posible de dialéctica, o sea la apariencia de un continuo movimiento de perfeccionamiento.

Trabaja en la invención de nuevas formas sociales, nuevos sistemas institucionales, nuevos programas. Las formas e instituciones se cambian antes de ser debidamente probadas; los programas se consideran "superados" antes de aplicarlos en la práctica. Esta pseudo dialéctica está acompañada por un rechazo decisivo de la dialéctica en todas las cuestiones esenciales. La unidad de dialéctica de los opuestos se reduce a la "unidad monopolística". Se niegan y se guarda silencio sobre las contradicciones. Se exige de los filósofos, los científicos y los artistas que afirmen ante todo lo existente y busquen en él lo positivo. La crítica pública es considerada como una confusión de "pequeña burguesía" y se le cierra la boca a menudo con brutalidad[27].

Esto es exactamente lo que está pasando en este momento en la Yugoslavia comunista. Presentarlo de otra manera es o desconocer la verdad o desfigurarla con propósitos ajenos a la verdad.

Pseudo superación del historicismo

Desde los comienzos de la historia de la civilización occidental la política tuvo un carácter moral. La filosofía y la religión, por separado o en conjunto, iluminaban horizontes en los que hay que buscar la mejor forma de régimen político y de Estado. La posición final dependía de cómo se determinaba la naturaleza humana. Pero "la palabra naturaleza no señala simplemente el modo en qué se comportan los hombres, individual o colectivamente, sino también cuál es su destino. Desde que se adhiere a una concepción finalista de la naturaleza humana, y se admite su vocación, resulta legitimo plantear la cuestión del mejor régimen". Pero negando la finalidad del hombre dicha cuestión pierde su sentido. Al principio fue Aristóteles y al final Marx. La concepción aristotélica fue "destruida" por Hobbs, Spinoza, Comte, Pareto y Marx, sin mencionar a Machiavelli, inspirador de estos últimos.

Hobbs, según R. Aron, "adhiere a una concepción rigurosamente mecanicista del universo: el hombre es definido por el deseo, la voluntad de salvar su vida y gozar de placeres; su comportamiento está dictado por el interés"... "Siendo los hombres juguete de sus pasiones, ellos son enemigos entre sí, si no obedecen a una ley común". De ahí la necesidad de encontrar un poder soberano que garantice la seguridad y evite el peligro de la muerte violenta. El problema del régimen o de la soberanía no es como asegurar la vida virtuosa del hombre de acuerdo con un fin último y moral de hombre, sino qué atribuciones darle para impedir "la guerra civil". Hobbs concluye en el absolutismo y Spinoza en el liberalismo. Pero más tarde, Marx y A. Comte finalizan la disolución de la concepción aristoteliana. La filosofía de la historia se transforma en sociología. En esta atmósfera, todos los regímenes políticos son de valor relativo. El hombre vive únicamente en la historia y el valor de un régimen depende de las circunstancias históricas. Dentro de este historicismo se afirmó el relativismo axiológico, que permite el juego libre entre las fuerzas sociales y políticas. Pero ¿qué es el juego político? ¿qué es la política? "La lucha por el poder y las ventajas que da el mismo. Esta lucha es permanente".[28]

El más representativo pensador, "profeta de las generaciones nuevas", es Nietzsche. "¿Quieres una palabra para designar este mundo? ¿Una solución a todos sus enigmas?... Este mundo es la voluntad hacia el poder, y nada más".[29]

Marx quiso superar esta visión del mundo. Quedando dentro del inmanentismo, reintroduce un finalismo dogmático que considera como la superación del relativismo absoluto y el fin de la lucha por el poder de individuos, de clases y de pueblos. Cambiando la estructura económica de la sociedad, se cambia también la naturaleza humana y así la estructura del poder político.

Las consecuencias son conocidas. Sobre los campos de concentración de los países llamados socialistas ondea la bandera, diría Camus, con la inscripción: ¡la libertad! La "clase obrera" es el auténtico representante de la entera nación, incluso del mundo, y los sacrificios de las generaciones actuales nos llevarán al comunismo -una sociedad de libertad, bienestar y justicia plenos-. Quien duda en esta fe histórico-sociológica traiciona la historia, trata de frustrar su inexorable desarrollo. Por la misma razón, el poder de la sociedad y del Estado comunistas es absoluto. Su rigor dogmático-ideológico halla su expresión en el rigor político-policial. Por eso la liberalización de cualquier régimen comunista, incluso el yugoslavo, es un imposible, si quieren permanecer fieles a su fe histórica: el proletariado representa a toda la nación, el futuro nos traerá la felicidad. De ahí el monismo partidario y la organización de la economía colectivista. El retroceso hacia esos dos fenómenos de la misma fe histórica marxista en la Yugoslavia de Tito es la mejor y más reciente confirmación al respecto. El estatalismo stalinista -es decir el terror totalitario- parece ser la única forma posible del comunismo marxista.

Y, para terminar ¿qué es la autogestión según nuestra opinión? Se trata de la transposición del derecho de autodeterminación del hombre en las condiciones de la sociedad comunista; de un intento gigantesco del hombre y de pueblos enteros para recuperar la libertad que les fue quitada en nombre de una pseudo-religión histórica y mediante un régimen de violencia jamás conocida por la historia. A la concentración del poder más completa, es necesario contestar con la unión máxima de los oprimidos. Los individuos son impotentes, los partidos imposibles. La obtención de los derechos en la economía -la programación de la producción y la distribución del producto- significaría reconquistar la posición básica en la sociedad. El régimen necesitado del aumento de producción y del amparo de masas halló oportuno alentar esta iniciativa colectivo-privada. De aquí el despliegue de las iniciativas parcialmente confluentes y, en parte, divergentes. Vigorizar la posición económica es el factor confluente, pero ampliar derechos civiles por parte del pueblo y reforzar el monopolio del poder del Partido es el factor divergente. El golpe de Tito (1971) puso fin al sueño del pueblo. Su régimen, temeroso por el poder monopolista, apretó nuevamente los frenos y detuvo, por ahora, lo que se consideró el comienzo de marcha de la autogestión o sea el comienzo de liberación del pueblo de un régimen tiránico.

"Tengo algunos amigos comunistas; charlo con ellos a las veces, charlo y disputo... A todos les he hecho la misma pregunta: Y después del comunismo, ¿qué?" Recalcando erróneamente -pedimos perdón- la perfección del sistema comunista, "casi angélico", Claudio Sánchez-Albornoz continúa: "¿Es que cabe detener a la humanidad en su camino? ¿Es que cabe estatificar al hombre volviéndolo rebaño, es decir, privarlo de su eterno e ininterrumpido devenir?"

Teniendo viva la conciencia de este devenir y al referirse a sus "amigos conservadores y tradicionalistas", el renombrado historiador dice: "¡Qué exclamación y qué gestos escapan de sus labios y de sus caras, cuando les anuncio que la propiedad privada llegará un día a ser un histórico recuerdo como lo es hoy la servidumbre!". Es difícil no consentir con los mensajes históricos según el profesor español: la caducidad y la renovación voluntaria y perpetua de lo humano y un "andante lento y espacioso de los cambios trascendentes", pero, no obstante, surge la duda, si realmente resulta posible salvar la libertad que él considera como lo más substancial del liberalismo parlamentario, sin propiedad privada. Los asalariados, encerrados en una sociedad con la única ideología posible y el único dueño admisible, ¿pueden ser libres? Sánchez-Albornoz habla luego de liberalismo "bastardeado" y acentúa la necesidad de abrirse hacia "los desafortunados" que reclaman también la igualdad económica.

Entre el perenne cambio de todo lo humano y el "cambio lento y espacioso", dos mensajes históricos según C. Sánchez-Albornoz, queda un espacio para el voluntarismo humano. ¿Cuándo este voluntarismo de sus "amigos conservadores" y de "desafortunados" obran contra sus mensajes históricos?

Este es el problema central. En el supuesto de que no haya criterios eternos, hay que buscarlos cada día en todas las realidades sociales y políticas, por separado y, siempre más, en conjunto. La idea de la unificación del mundo progresa. En esta búsqueda, hay dos cosas claras: el mundo de las empresas privadas y del pluralismo político evidencian una eficacia superior a la del mundo de explotaciones estatales con funcionarios retribuidos y de monopolismo político unipartidario y con métodos de represión de aquél mucho más suaves de éste.

En la comunidad plurinacional yugoslava, además de los defectos inherentes al colectivismo, hay un grave problema nacional. Allí el pueblo croata está privado de sus derechos más elementales, lindando la discriminación nacional, la opresión política, la explotación económica y estancamiento cultural por parte de Belgrado, con un verdadero genocidio nacional. La cortina de humo de la supuesta autogestión y de un socialismo de "faz humana" le sirve a Belgrado y a la hegemonía granservia de pretexto para poder prolongar una política cuyo corazón está en el Kremlin y las manos en los bolsillos del mundo occidental. Donde hay una opresión totalitaria y no existe la posibilidad de defender legítimamente los derechos del hombre y de la nación, nos encontramos en una comunidad injusta, violenta, contraria a los mensajes de la historia. La comunidad yugoslava comunista y granservia encuadra perfectamente dentro de este marco pese a los grandes esfuerzos de darle un aspecto más humano y en la pretendida forma de socialismo de autogestión. Son muy elevadas las virtudes que se exigen para una sociedad similar. El Partido comunista yugoslavo, reclutado de entre los elementos más salvajes de los Balcanes, no las tiene y hay pocas esperanzas que las podría tener.

 

 



[1] J. Maritain, Umanesimo Integrale; Studium, Roma 1946, pág. 18: "...perché facendo dell'uome uno spirito nella parte principale di se stesso, mostra che deve avere aspirazioni sovrumane, ma mostra anche, poiché questo spirito é lo spirito d'un animale, che deve essere il piú debole degli spiriti e che di fatto l'uomo vivrá piú spesso no nello spirito rna nei sensi".

[2] Teilhard de Chardin, El porvenir del hombre, Madrid 1967.

* La actualidad del tema es candente también en nuestro ambiente social-político en la Argentina. En vista de las elecciones que se efectuarán en el mes del marzo próximo (1973) y tomando en consideración su resultado final, esta actualidad podría asumir las formas más críticas.

[3] James Burnham, Los Maquiavelistas, Ed. Emece S.A., Buenos Aires 1953, pág. 31-35

[4] Alexis de Tocqueville, Discours prononcé a l'assamblée constituante le 12 setíembre 1848 sur la question de droit au travail. Citado según: F. A. Hayek, Der Weg zur Knechtschaft, pág. 45.

[5] Kautsky, La Dittatura del Proletariato, traduc. italiana, pág. 17-18.

[6] J. G. Reissmüller, Jugoslawien Vielvoelkerstaat zwischen Ost und West, Duesseldorf- Koeln, 1971, pág. 137, 36, 38, etc.

[7] M. Djilas, La Nueva Clase, Buenos Aires 1957, pág. 99.

[8] R. Garaudy, Marxismo del Siglo XX, Ed. Fontanella S.A., Barcelona 1970, pág. 9-13

[9] M. Djilas, Op. cit., pág. 204, 206.

[10] D. Grlic, Socialismo y Comunismo, en "La Rivolta di "Praxis"" pág. 11, 13, Longonesi y Cía, Milano 1969.

[11] S. Stojanovic, El Mito Estatal del Socialismo, en "La Rivolta di "Praxís"", pág. 59.

[12] D. Grlic, Op. cit., pág. 17.

[13] S. Stojanovic, Op. cit., pág. 63, 64.

[14] Mihajlo Markovic, Il socialismo y l'Autogestione, en Rivolta di "Praxis" pág. 27-37.

[15] S. Stojanovic, Op. cit., pág. 57.

[16] M. Djilas, Nesavrseno Druztvo (Sociedad Imperfecta), London, 1970, pág. 113.

[17] Mihajlo Markovic, Op. cit. pág. 38.

[18] M. Markovic, Op. cit. pág. 40.

[19] M. Markovic, Ibid. pág. 41.

[20] M. Markovic, Ibid. pág. 49.

[21] M. Markovic, Ibid, pág. 51.

[22] S. Stojanovic, Op. cit. pág. 70.

[23] J. G. Reissmuller, Jugoslawien Vielvoelkerstaat zwischen Ost und West, E. Diederichs Verlag Duesseldorf-Koeln, 1971, pág. 141.

[24] Veljko Rus, L'Instituzionalizzazione del Movimento Rivoluzionario, en La Rivolta Di "Praxis", pág. 319.

[25] Pablo Rodríguez Grez, Yugoslavia, la autogestión y Eduardo Frei, en "El Mercurio" del 26 de julio de 1972, Santiago de Chile.

[26] Claudio Sánchez-Albornoz, La historia y el mañana, en "La Prensa" del 10 de septiembre de 1972, Buenos Aires.

[27] M. Markovic, Op. cit., pág. 43.

[28] Raymond Aron, Démocratie et totalitarisme. Ed. Gallimard, 1965, pág. 37-49.

[29] Geoffrey Barraclough, Introducción a la Historia Contemporánea, Ed. Gredos S.A., Madrid 1965, pág. 293.