Tito, candidato para el premio Nobel de la Paz

Franjo Nevistic

El mundo "sin barreras ideológicas" o el "agonizante" elemento ético de la civilización

"Tanto en nosotros como en los demás no apetecemos otra cosa que no sea vigor en obra productiva, y nos resignamos al abandono de todo ideal más alto".(A. Schweitzer)

Jacques Maritain debe haber muerto con una desilusión y una amargura más en los últimos momentos de su vida, si es que los filósofos-creyentes pueden experimentar vivencias de esta naturaleza. Todavía en vida pudo leer que tanto el Kremlin como Londres (*) habían propuesto a Tito para el Premio Nobel de Paz por otorgarse en el año 1973.

En efecto, las previsiones optimistas del filósofo francés, recientemente fallecido, de que el mundo, inmediatamente después de la victoria de las democracias en la última guerra mundial, iba a desterrar el maquiavelismo tanto del campo de la política nacional como de aquel de la política internacional acaban de encontrarse, una vez más, ante una desmentida cabal. En lugar de la eliminación del maquiavelismo se afirma la política "sin barreras ideológicas".

Pero eliminar las ideologías y atenerse a hechos puros, visibles, controlables, susceptibles de pesaje y de medición, ¿no es ya la eliminación del maquiavelismo? Para éste todas las ideologías son falsedades, engaños, encubrimientos de las verdaderas intenciones "principescas". En consecuencia, el eliminar las ideologías ¿no significa también la eliminación del maquiavelismo?

Formalmente debería ser así, pero sin embargo, en esencia, no lo es. La desideologización de nuestra vida, la política, la civilización y la historia tiene, en realidad, una vez un sentido positivo y otra uno negativo. Las generalizaciones sin más en muchos casos encierran graves errores, y en e{l nuestro una generalización sin discernir los aspectos -qui bene distinguit...- envolvería en sí errores gravísimos. Veamos pues, si es posible introducir un poco más de luz y claridad en lo que nos preocupa.

En realidad, desde que se ha introducido en la vida, la política y la historia la cuestión del sentido y del destino tanto de ellas como del hombre en las mismas, hubo, hay y habrá "ideologías". Su sentido estriba, en el intento ineliminable del hombre de penetrar en los misterios de la existencia en general, de conseguir una teoría del universo o la concepción general del mundo. Sólo de allí es posible deducir un criterio seguro, ético y universal para el obrar del hombre. El mundo físico, sus ciencias regidas por la ley ciega de causalidad, no es sitio de donde podría generarse este criterio. El maquiavelismo al declarar las ideologías -todas- lisa y llanamente como falsedades, instruyéndonos sobre la manera de manipularlas con astucia para asegurar el triunfo propio y la derrota ajena, comete un grave error. No separa cizaña del trigo, sino destina ambos al fuego.

Por cierto, el maquiavelismo no desconoce la importancia que tienen las ideologías. Al contrario, no aboga por su abandono sino nos enseña cómo emplearlas con arte y habilidad. La política de desideologización completa que se propicia en la actualidad, a pesar de la apariencia formal de una medida antimaquiavélica, significa genuinamente un paso más adelante en la dirección maquiavélica.

El maquiavelismo, pues, en esencia, es el divorcio espurio de la ética y la vida, de la ética y la política, de la ética y la civilización y la historia. Al proceder así, lo hace con cierto pudor y veladamente. No desconoce la eticidad, sino la considera perjudicial, dadas las condiciones en que los "príncipes" tratan de imponer sus concepciones, sus intereses y su voluntad. Atenerse a principios éticos entre lobos hambrientos que aúllan equivaldría a correr el riesgo de ser devorados sin piedad.

¿Y la política "sin barreras ideológicas"? Tomando en consideración el hecho del relativo valor de muchas ideologías, del abuso de las mismas y los conflictos bélicos o revolucionarios emprendidos en su nombre, esta nueva política "sin barreras ideológicas" las rechaza y desconoce el carácter ético de la política y la civilización, declarándolas, más o menos, campos de la actividad humana aéticos. Así como si se tratara de los acontecimientos naturales, donde domina la inexorable ley de la necesidad causal.

Sin embargo no es así. "Al entrar en cuestiones de determinar cuál es el verdadero carácter esencial de la civilización, llego a dictaminar que es, en sus últimas consecuencias, ético", dice Albert Schweitzer[1].

En efecto, según ese autor, la civilización -y la política es un elemento constitutivo de la misma- tiene dos aspectos, dos componentes sustanciales: la dominación de las fuerzas de la naturaleza por el hombre, subyugándolas a su servicio, y, luego, la dominación del hombre sobre sus inclinaciones, sobre sí mismo. El primer objetivo se consigue conociendo leyes físicas -ciencia y técnica- y el segundo, conociendo y respetando leyes morales de la naturaleza humana. La creencia de que una cosa puede avanzar permanentemente y con satisfacción sin la otra, es un autoengaño del hombre. Desconocer el aspecto ético de la vida, la política, la civilización y la historia -lo que es su desideologización- significa atentar contra la esencia de las mismas. "En el movimiento de civilización que empezó con el Renacimiento, había a la vez fuerza de progresos materiales y ético-espirituales que operaban hombro con hombro, como si rivalizasen entre sí, y ello continuó hasta principios del siglo XIX. Entonces, empero, sucedió algo que no tenía precedente: la energía del hombre se esfumó, mientras que las conquistas logradas por el espíritu en la esfera material aumentaron con pasmosa rapidez. Así, por espacio de varias décadas nuestra civilización disfrutó de las grandes ventajas de su progreso material en tanto que todavía difícilmente sentía las consecuencias del agonizar del movimiento ético. La gente siguió viviendo en las condiciones producidas por aquel movimiento, sin ver con claridad que su posición no era ya sostenible ni prepararse para afrontar el temporal que se gestaba en las relaciones internacionales y dentro de las naciones mismas. De esta suerte nuestra propia edad, no habiéndose tomado nunca la molestia de reflexionar, arribó a la opinión de que la civilización consiste primordialmente en realizaciones científicas, técnicas y artísticas, que puede llegar a su meta sin ética o, en todo caso, con una porción mínima de ella".[2] "Hoy en día es convicción común, de educados e incultos por igual, que la humanidad ha de avanzar muy placenteramente sin necesidad de teoría alguna del universo", dice nuestro autor[3].

Todos sabemos qué placentera que es nuestra vida y qué avance real contabilizan la política, la civilización y la historia actuales. Una simple mirada alrededor nuestro hace prescindible toda la argumentación. La falta de principios religiosos, filosóficos, éticos y culturales en general; la inseguridad personal, familiar o nacional, de instituciones, pueblos o Estados nos agobia a todos. De esto no están exentas ni la Casa Blanca de Washington ni la casucha más humilde del África o de Indochina.

Y no puede ser de otra manera. Manipular elementos de la vida, la política y la civilización tomando lo inesencial por lo esencial o negándoles la esencia misma significa manejar cosas desconocidas, misteriosas y llenas de sorpresas y explosivos. Si no se respeta la esencia de las cosas y no se procede de acuerdo con las leyes que las rigen, nada bueno se puede esperar. Al contrario, los períodos históricos que supieron "inventar" grandes ideologías dando a la vida, la política y la historia un sentido ético superior fueron las épocas que se caracterizan por su elan creativo y por las obras que enriquecieron el acervo de la humanidad. Pero "cuando se tala el bosque virgen, en el sitio donde antes se alzaban grandes árboles, brota el matorral. Siempre que se destruyen nuestras grandes convicciones, su lugar es ocupado por otras más pequeñas que desempeñan en forma inferior las funciones de las primeras".[4]

En efecto, eliminando grandes sistemas "ideológicos" -especialmente los valores éticos judeo-cristianos dentro del mundo occidental- aparecieron los "matorrales". Sobre ellos habla con claridad A. HuxIey. Muchos científicos, dice, han llegado a la conclusión de que la imagen científica del mundo es sólo una imagen parcial. La capacitación especial para la matemática, física, química u otras ciencias exactas impide a muchos orientarse en los problemas estéticos, éticos o religiosos. La parte menos inteligente de la sociedad, los que "vulgarmente se entusiasman" por los éxitos exteriores, técnicos, sigue creyendo que esta imagen parcial constituye realmente la imagen única, total y exclusiva del mundo. Pero, agrega, nadie vive con gusto sin valor y sentido. Es por eso que desde ahora sigue creando sus valores particulares, atribuyéndoles falsamente carácter de valores absolutos, tales como la nación, el Estado, la clase, el partido, etc.[5]

Así, talados grandes árboles, creció el matorral. En lugar de edificar una civilización bregando por acercarse cada vez más a sus ideales y valores, nos encontramos en el período en que el partido, la clase, el Estado o la nación ocupan el sitial de los valores absolutos; la ideología de clase, de partido o de nación ocupa el lugar de una verdadera teoría del universo o la concepción del mundo. Después del deicidio llegó el rey-cidio, luego el suicidio y, antes de cometer el suicidio, una masacre general, dice Camus. El y su compatriota Maritain concuerdan en lo siguiente: antes, cuando cometía un crimen el criminal era consciente de su culpabilidad y trataba de excusarse o de justificar su debilidad de una u otra manera. "Después de Maquiavelo, no sólo los príncipes y los conquistadores del cinquecento, sino también los grandes jefes y creadores de los Estados modernos y la historia moderna, sirviéndose de injusticia para restablecer el orden y de toda clase de mal útil para satisfacer su voluntad de poder, habrían tenido la conciencia tranquila y habrían sido convencidos de haber cumplido con su deber de jefes políticos".[6] A. Camus, a su vez, agrega: "El esclavo empieza por reclamar la justicia y termina en querer al reino. El quiere dominar a su turno". Izar las banderas de libertad sobre los muros de campos de concentración, justificar la masacre de los hombres por el pretendido amor por el hombre[7], aquí termina la política aética, la política de los ideales de matorral.

Sólo en esta atmósfera espiritual -pragmática, utilitaria, desideologizada- pudo prosperar la idea de otorgar el Premio Nobel de Paz al dictador comunista yugoslavo. En las páginas 73-76 del presente volumen de Studia Croatica publicamos la carta dirigida por el Instituto Croata Latino Americano de Cultura, de Buenos Aires, al Comité del Instituto Nobel para la Paz, de Noruega. Allí está explicada la incongruencia absoluta de la actuación y la actitud de Tito con la intención auténtica del fundador del Instituto Nobel, tanto en la política interna de su país como en el ámbito internacional. Aquí nos limitamos a decir que un hombre político, un jefe del Estado que domina a sus súbditos mediante un aparato policial-militar implacable; que permite sólo un partido; que hace discriminaciones nacionales, oprimiendo a unos de "sus" pueblos y apoyando a otros hasta la instalación de su hegemonía y de un régimen de explotación colonial; que posibilita la formación de clases, permitiendo a unos la vida de lujo incompatible con una sociedad socialista y obligando a centenares de miles de proletarios a trabajar en el extranjero para que costeen con sus remesas el lujo y las deudas de los primeros, este hecho político no merece más que el repudio por parte de una opinión internacional honesta.

Las mismas apreciaciones valen para la política internacional de Tito. De un espíritu absolutamente maquiavélico, el mariscal yugoslavo, con astucia y con dinero, con consejos subversivos y con armas, está ayudando a los que siguen viendo en el mundo libre el obstáculo más grande para sus ambiciones, que terminan "en querer al reino y dominar a su turno", pero sin otro ideal que no sea el del matorral de la clase más baja.

En la misma carta está explicado que una política de esta clase -distinguir a los que desprecian y conculcan los derechos más sagrados del hombre y la historia- debe fracasar rotundamente. Hacer el mal y esperar el bien carece de toda lógica, sin señalar su sentido ético, contrario a una verdadera civilización que anhela convertirse en fruto feliz de una verdadera teoría del universo o la concepción del mundo.

Por lo demás, la política "sin barreras ideológicas" vale sólo para ciertos sectores en el resto del mundo libre. El bloque opuesto, el mundo comunista, sigue adhiriéndose a sus valores ideológicos sin vacilación. Si la experiencia propia y cotidiana es la fuente del conocimiento más directo y más seguro, ésta es nuestra reciente experiencia al respecto:

La Dirección de Studia Croatica envía su revista a un profesor universitario en Leipzig, zona oriental de la Alemania ocupada. Con fecha del 30 de abril ppdo. hemos recibido la nota T. Inc. 325/73 -DC- DSI, Nº 65 -R-, Buenos Aires, con que nos comunica el Ministerio de Obras y Servicios Públicos, Secretaría de Estado de Comunicaciones, que la entrada de nuestra revista está prohibida a la mal llamada República Democrática Alemana. Se menciona en la misma una lista de objetos prohibidos, especificando que "en los envíos no se deberá incluir: entre otras cosas, literatura de cualquier clase de carácter antidemocrático o dirigida contra el mantenimiento de la paz, escritos o presentaciones obscenas, etc."

Evidentemente, este concepto de democracia y paz no es el mismo del mundo libre. Además, las medidas prohibitivas de este carácter demuestran claramente que para el mundo comunista no rige la política "sin barreras ideológicas". Resulta claro también que Tito, celoso cuidador de la "paz carcelaria", ¡es un candidato natural soviético para el Premio Nobel de Paz!

Además, Pravda, de Moscú, publicó recientemente enérgico artículo contra todos los marxistas que favorecen el diálogo con cristianos, especialmente con católicos. "Eso es incompatible con el comunismo-marxismo. Todos los que están buscando coincidencias entre la doctrina social marxista y la de la Iglesia caminan por un sendero equivocado. La experiencia hasta ahora ha demostrado que diálogos de esta clase deben ser prohibidos" (SIJ Slovenske Slobode- Alba de la Libertad Eslovena, Buenos Aires, 1º de junio de 1973).

¿Qué decir después de todo esto? ¿A quién dirigirnos que pueda y quiera prestar su oído a nuestra tan débil voz? La imagen del mundo, la "síntesis burguesa" está disgregándose. Por cierto, no somos nosotros los croatas y menos el autor de estas líneas, los que podríamos asustar al mundo occidental con nuestro pesimismo sobre su presente y su futuro.

Lo han hecho los hombres más esclarecidos desde su propio seno. Además, dice un historiador inglés contemporáneo que la historia misma "se encarga de refutar sistemáticamente" a todos los pesimistas. Agrega también que en el período inmediatamente después de la última gran guerra "se abandonó gran parte de las experiencias del período anterior, pero sin que acabara de cristalizar una nueva visión del mundo de una manera clara".[8] A continuación acota: "El bolchevismo ha dividido al mundo porque es un credo de carácter universal".

Estamos de acuerdo con que la imagen burguesa del mundo se está disgregando; también con que el mundo actual no ha cristalizado una nueva visión de su futuro, pero no aceptamos la idea de que el bolchevismo sería un "credo de carácter universal". Si se hubiera dicho "de carácter general", todavía podríamos admitir la afirmación del historiador británico. Una filosofía, una síntesis del mundo, una doctrina política del hombre "unidimensional" no es ni puede ser de carácter universal. Se trata, como lo diría Huxley, de una imagen parcial con pretensiones universales. Evidentemente, lo que adopta una posición clasista, aun cuando pueda encontrar la solidaridad de clase en todos los pueblos y los Estados del globo terráqueo, no alcanza a ser de carácter universal, sino, a lo mejor, de una ideología general. Optando por lo particular, unidimensional no puede ser universal. En lugar de una concepción integral del mundo, el marxismo nos ofrece una verdadera ideología de matorral. Thierry Maulnier, valorizando la teoría bolchevique, de un "cielo en la tierra" escribe: "¿Qué grandeza y qué razón de vivir y morir me dan ustedes? ¿Qué clase de humanismo? No es ni por las razones de producción, de igualdad, de riqueza, tampoco por razones de vuestros mitos y de sus mentiras que todo debe ser evaluado; es por la razón de esta carne pensante que tiene la innegable preferencia sobre vuestras máquinas para rechazarlo. Esto lo hacemos por la causa del Hombre".[9]

El credo revolucionario comunista tiene ya su historial concreto como poder político, social y económico. Nuestra experiencia croata con este credo es más que tremenda. Aquí aceptamos la siguiente opinión: "En cuanto a que 'el marxismo no tiene adversario ideológico considerable o respetable', basta insinuar que el verdadero e implacable adversario del marxismo viene siendo la realidad. Los hechos calificables y comprobables demuestran que el marxismo es una de las grandes frustraciones de la humanidad. Doquiera que impera el marxismo como sistema de vida encontramos, palpablemente, miseria, privaciones, vida grisácea, racionamiento, ausencia de libertad, persecución y dictadura... El marxismo es definido por la realidad como la más dramática frustración de nuestro tiempo".[10]

Tito, líder "carismático" del marxismo yugoslavo, después de un período inicial más stalinista que aquel de Stalin, por razones maquiavélicas, había inaugurado el otro, el del socialismo "con la semblanza humana", para terminar actualmente en "el centralismo democrático" con todas las consecuencias y fenómenos que menciona con certeza Ravines: miseria, privaciones, vida grisácea, racionamiento, ausencia de libertad, persecuciones y dictadura, a las que debemos agregar: la discriminación nacional, explotación del más débil por el más fuerte, restablecimiento de clases, etc. Esta política ha llevado, dice un periódico francés, al caos al país de Tito, como si fuese su lema principal: Après nous le delige! [11]

Sin coincidir con el pronóstico de Camus, nos parece perfectamente exacto su diagnóstico en cuanto a la posición del comunismo materialista en el momento actual: "El materialismo contemporáneo también cree poder contestar a todas las cuestiones. Pero servidor de la historia, él agranda el ámbito de la matanza histórica y la deja sin justificación a menos que aceptemos un pretendido futuro que también exige la fe". Mientras llegue este futuro, el "inocente no cesa de morir".[12]

Una nueva ola de víctimas inocentes del régimen de Tito no cesa de morir en sus cárceles. Intelectuales, escritores, poetas, filósofos, estudiantes y obreros, especialmente en Croacia, pasan su Calvario, porque fueron ellos los que sintieron más la dignidad humana y los sufrimientos de su pueblo, valores en cuyo nombre expresaban la disconformidad. Los argumentos principales de su descontento los revelan muchos órganos de publicidad mundial. Nuestra revista también. En este volumen y en los anteriores. También un grupo de poetas, escritores y artistas franceses -dignos de la tradición liberal francesa- han dirigido a Tito sus protestas solidarizándose con aquellas víctimas sobre cuya cárcel Tito enarbola la bandera de libertad y de "unidad y fraternidad" marxista. También La Liga Para la Defensa de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas intervino públicamente en favor de las recientes víctimas de la persecución de Tito, y distribuyó un elaborado escrito a las agencias noticiosas mundiales y a la prensa. Pero el mutismo casi total cubrió este paso noble de dicha Liga. Un maquiavelismo, un pragmatismo político, un egoísmo nacional, una ideología de matorral impidió la actitud de solidaridad humana con aquellas víctimas croatas.

En una entrevista periodística concedida por Gabriel Marcel, referente a la práctica soviética de proclamar a los adversarios de su régimen "enfermos mentales", con la inevitable internación y torturas, se ha dicho, entre otras cosas, también lo siguiente: "Numerosos intelectuales soviéticos se han levantado y se levantan contra tales métodos", dijo el periodista al mencionado filósofo francés. "Sí, contestó G. Marcel, pero todo eso ocurre ante un mundo occidental inerte y como enfermo de parálisis. Aquellas personas ¿qué Occidente encuentran frente a ellas? Un mundo que, en realidad, ya no cree en la libertad...".[13]

Esta inercia, esta falta de fe en la libertad, sentidas por el filósofo como una de las características fundamentales del mundo occidental en el momento actual, constituyen el aspecto negativo de la "disgregación de síntesis burguesa". Pero la propuesta de Tito para el Premio Nobel de la Paz por ciertos organismos en el seno del mundo occidental es ya un aspecto activo-positivo de dicha disgregación o autodisgregación de la "síntesis burguesa". Se trata de un nihilismo, justificable sólo por razones de un maquiavelismo más bajo y una política pragmática, digna del período de civilización que desconoce "barreras ideológicas" y renuncia a una concepción integral del hombre y del mundo.

Pero la disgregación de la "síntesis burguesa" y de su imagen del mundo no es a la vez también la disgregación de la imagen total del mundo occidental. Su componente ético-religiosa-judeo-cristiana y auténticamente liberal, no es un valor caduco. Simplemente porque es auténticamente universal. Más bien creemos con Schweitzer que el viejo árbol de estos valores puede reverdecer. Consideramos, en consecuencia, que es nuestro deber golpear con insistencia la puerta de la conciencia de ese mundo para que este reverdecimiento suceda cuanto antes. Impedir la distinción -ideada por algunos- del dictador yugoslavo con el más grande galardón internacional para la paz resultaría un signo de esperanza. Desbaratar su candidatura, le dará a entender a él y a sus patrocinantes que el mundo empieza a evaluar correctamente sus banderas de libertad y de paz, levantadas sobre los muros de la cárcel que se llama "Yugoslavia Federal Socialista".

 



* "Tito - Londres (UP). - Una moción presentada en la Cámara de los Comunes propone la candidatura del presidente de Yugoslavia Josip Broz Tito para el Premio Nobel de la Paz. Miembros conservadores y laboristas del Parlamento la suscribieron". (La Razón del 30 de marzo de 1973, Buenos Aires).

[1] A. Schweitzer, Decaimiento y restauración de la civilización, "Sur", Buenos Aires. 1962, Prefacio, p. 11.

[2] Ibid., p. 51.

[3] Ibid., p 13.

[4] Ibid. p. 53.

[5] Aldous Huxley, Unser Glaube, trad. alemana, Stockholm 1939, pp. 24, 25, 31.

[6] J. Maritain, Principes d'une Politique Humaniste, París, 1945, pp. 153, 4.

[7] A. Camus, L´Homme Révolté, París, 1951, pp. 14 y 41.

[8] Geoffrey Barraclough, Introducción a la Historia Contemporánea, Madrid, 1965 p. 290. 1.

[9] Thierry-Maulnier, La Crise est dans l'homme, citado por H. Massis, L´Occident et son Destin, pp. 36,7.

[10] E. Ravines, A convivir con Marx y con su implacable adversario, en La Prensa, Buenos Aires, 31 de mayo de 1973.

[11] L'Esprit, Paris, número de abril de 1973.

[12] A. Camus, Op. cit., pp. 374.5.

[13] Federik de Towarmicki, Entrevista con G. Marcel, en La Nación, Buenos Aires, del 11 de febrero de 1973.