La gran paradoja de nuestra época

Franjo Nevistic

Acerca de la libertad y la justicia "socialistas"

"¿Qué son, por ende, los reinos sin derecho sino grandes bandoleros, y los bandoleros qué otra cosa sino pequeños reinos?" San Agustín.

Esta es una antigua verdad de San Agustín, pero parece eterna y por eso de suma actualidad también en nuestro presente histórico. La ausencia del derecho, deja lugar a la violencia.

En efecto, la violencia en el mundo actual no cesa. Más bien, podríamos decir, aumenta día a día, se universaliza, conquista la ciudadanía planetaria. El uso de la violencia caracteriza a las pandillas, grandes o pequeñas, del mismo modo.

Todo lo referente a esta realidad, en este lado de la cortina de hierro, lo conocemos de sobra. Los medios masivos de información nos proporcionan datos al respecto, como una cuota diaria de alimentos intelectuales y morales, comparable a la que nos entregan el lechero y el panadero todas las mañanas, para la alimentación corpórea. Al abrir los periódicos, que leemos diariamente, se nos informa acerca de robos a mano armada, secuestros o víctimas fatales, que no se circunscriben sólo a un determinado sector de la sociedad, Ya nadie está seguro, desde los políticos más encumbrados, militares, gremialistas, industriales hasta, incluso, últimamente ni los sacerdotes, considerados desde tiempos inmemoriales como el ideal del hombre virtuoso, especialmente en la sociedad cristiana.

Acerca de lo que pasa en este sentido del otro lado de la cortina de hierro, en los países llamados "socialistas", no abundan las informaciones. Debido a una censura y disciplina férreas no es posible que lleguen a nuestros oídos informaciones de aquella área "prohibida". Las informaciones referentes a las repetidas olas de "purgas" y "movimientos culturales" nos son suministradas en envolturas ideológicas y de proporciones tan gigantescas, que difícilmente nos damos cuenta de su trágico carácter de violencia[1].

En efecto, la recíproca violencia entre gobernantes y gobernados o entre los diferentes estratos de la misma sociedad -para evitar el término "clase" tan caro a los "científicos" marxistas- desconoce lo que, por ejemplo, R. Aron considera como una de las mayores conquistas de la civilización en general -el monopolio de la fuerza-, el uso autorizado de armas por un solo cuerpo de la sociedad. El policentrismo del uso de la fuerza, actúa, en este momento histórico, con el fin de destruir dicho monopolio, esta inapreciable conquista de la civilización, que presenta las características de una verdadera esquizofrenia social, análoga a la fisiológico-psíquica de los individuos enfermos. Como en éstos lleva, a menudo, a la destrucción de su ambiente social más cercano y, a veces, a la propia autodestrucción, así esta esquizofrenia social amenaza con destruir a la misma sociedad. Los "reinos" opuestos tratan de destruirse recíprocamente para imponer su orden, su propio derecho, su legalidad, negando cada uno la legitimidad y la legalidad del proceder del otro.

Examinar a fondo las raíces de este mal, especialmente desde el punto de vista que nos sugiere San Agustín -la falta del derecho- nos llevaría muy lejos; exigiría un estudio voluminoso, la consulta de centenares de autores y millares de obras más seleccionadas, serias y profundas, pues deberíamos tratar los problemas de la ontología y la deontología del Derecho, lo que constituye el tema fundamental y central de la filosofía del derecho y de toda la vida política y social del hombre[2].

Aún sin plantear el problema de nuestra propia capacidad para dedicarnos a tan difícil tarea, con cierta probabilidad de éxito, nuestro propósito en esta oportunidad es otro, aún cuando tampoco podemos eludir del todo el primer tema. Siendo nuestro propósito arrojar un poco de luz sobre una de las más grandes paradojas de nuestro tiempo, íntimamente vinculada con la universalización de la violencia y la falta del respeto del derecho, es ineludible abordar, aunque brevemente, al tema señalado en primer término.

¿Cuál es y en qué consiste esta paradoja? Los jóvenes rebeldes -para limitarnos sólo a una de las partes del triste fenómeno- los que despliegan actos de violencia en la actualidad, invocan la libertad y la justicia socialistas. Pero son muy extrañas esta libertad y esta justicia socialistas que los jóvenes de 20-25 años intentan llevar a cabo mediante la violencia y la inmolación de vidas, a menudo, inocentes. ¿Qué clase de libertad y justicia pueden traernos los que niegan rotundamente el Decálogo como fundamento indispensable de la civilización en general y de la civilización greco judaico-cristiana en especial? ¿Qué clase de justicia y libertad es esa donde la inmolación de vidas, el pansexualismo y las corridas públicas de jóvenes universitarios desnudos caracterizan a los anunciadores y portadores de una sociedad mejor, más justa y más libre? [3]

Si es así, resultaría normal y lógica la represión más decidida de los violentos y la violencia por parte de las autoridades constituidas de la sociedad y el Estado. Si "nada tienen que testimoniar, si no son profetas sino solo enterradores" -tanto de los hombres como de la sociedad- hay que impedir la destrucción de lo existente y destruir a los destructores.

A pesar de todo no podemos ser, sin más, partidarios de la política de esta índole. No lo podemos ser por dos razones. Una que asiste -por lo menos a una parte de los rebeldes- y otra que, parcialmente, se dirige contra las autoridades constituidas.

El mismo Danielou, después de señalar la inadaptación de la juventud universitaria actual a las condiciones de la vida moderna, agrega: "Pero también hay otra cosa, la insatisfacción de los jóvenes ante una sociedad tecnócrata, que los utiliza para sus fines, pero no responde a sus problemas fundamentales. Sobre este punto los análisis de Marcuse son exactos. No se trata ante todo de una crisis económica, sino de una crisis psicológica" [4].

Otro sabio, que abordó el problema con audacia y profundidad singulares, razona: "... detrás del slogan marxista -libertad- debe actuar un verdadero ethos y un verdadero pathos porque de otra manera resultaría imposible comprender el atractivo poder (de la libertad marxista - n. obs.) si es que no debemos desesperar de la naturaleza humana"[5].

Este mismo autor luego reproduce la opinión al respecto del más autorizado teórico actual del comunismo austriaco. En efecto, Ernst Fischer, dice: "La nueva izquierda, que se formó en las postrimerías del mundo capitalista, no es un fenómeno pasajero, tampoco una moda como lo piensan algunos, sino la expresión de una profunda crisis social, política y espiritual". (En "Die Zeit", Nro. 29, julio de 1969, época cuando la rebelión juvenil en Europa alcanzó su cenit.). Luego R. Marcic agrega su comentario: "Precisamente un materialista dialéctico, un comunista convencido, entrega al mundo occidental el certificado, según el cual, el mundo occidental, si bien es capaz de resolver sus problemas materiales no lo es cuando se trata de resolver sus problemas espirituales, cuya existencia es, en principio, negada por el materialismo dialéctico. Este es un desafío inaudito para nosotros y al que no podemos pasar por alto" [6].

Para redondear mejor las opiniones y, según nuestra propia visión del problema, llegar a lo más hondo del mismo, es casi imposible no recordar aquí al pensador vasco, Miguel de Unamuno. Según él, los ateos y los violentos son los más enamorados de Dios[7]. Se trataría de una especie de "bogoiskateli" (buscadores de Dios), término ruso que fue acuñado en los tiempos prerrevolucionarios en la Rusia zarista[8].

Se trataría, por ende, de espíritus de una sensibilidad especialísima por la justicia, la libertad y por la política en general. Descontentos con el ambiente y con la época en la que les toca vivir, por estar hechos, en todo, contrarios a la imagen de su dios, tratan de cambiarlos, acelerar su evolución y su progreso con impaciencia, con el loco amor de quienes creen en una libertad y justicia divinas, perfectas, pero obstaculizadas por los usurpadores contra la voluntad "divina". Se trataría, en el caso de los jóvenes rebeldes, de un caudal de reserva del idealismo humano, de la verdadera fuerza y el factor insustituible para el progreso de la historia universal. Estaríamos ante un pronunciado interés por la política. Precisamente estamos ante el fenómeno de la total politización de la vida lo que se destaca también en nuestro ambiente argentino. (Especialmente en los discursos del presidente Perón.)

Pasando por alto otras componentes, que podrían motivar o realmente están inspirando la violencia que presenciamos, -"libido dominandi" de Salustio, por ejemplo, o "Der Wille zur Macht" de Nietzsche, o corrupción moral y actuación de mercenarios- dediquémonos un poco, en primer término, a los que, dentro del movimiento general de rebelión, podrían actuar efectivamente como "bogoiskateli", como buscadores de Dios, como locamente enamorados de El, para ver si es que debemos o no "desesperar de la naturaleza humana".

Si se tratara de buscadores de Dios, cabe preguntar ¿cómo pudo su actividad desembocar en tan horrendos crímenes, en el sacrificio de la libertad, de bienes y vidas de los demás? ¿Cómo es que estos jóvenes -apenas al comienzo de su vida intelectual y moral- se oponen a toda la sociedad amenazándola con la destrucción en su totalidad, tanto política, económica y cultural en nombre de la justicia y la libertad socialistas? ¿Qué es lo que les da coraje, audacia y decisión allí donde los espíritus más maduros y después de una prolongada experiencia y el más profundo estudio no se atreven a formular juicios de carácter categórico, prefiriendo tomar una posición hipotética y proceder con cautela y moderación?[9]

Para no "desesperar de la naturaleza humana" (Marcic) y no tener que enfrentarse sólo con "enterradores" de hombres y de la sociedad (Danielou), hay que ver qué hay realmente detrás de la libertad y la Justicia socialistas, invocadas por los revoltosos de nuestros días. Hemos dicho que para ellos la libertad y la justicia constituyen una especie de divinidad, un loco amor por Dios. "La juventud tiene sed de lo absoluto. Y constituiría un verdadero drama la dimensión de quienes tienen el deber de responder a esa sed", dice Danielou en el lugar ya dos veces mencionado.

La respuesta, al parecer, más adecuada para muchos, está dada por F. Engels, uno de los principales "evangelistas" del socialismo. Sus ideas, formuladas con bastante antelación, hallan justamente hoy, el campo propicio para la realización, de acuerdo con la ley de la "interferencia" de los siglos y las épocas[10].

¿Cómo nos salva, por fin, Engels, ante una desesperación de la naturaleza humana, si es que nos salva?

En efecto, su punto de partida es un estricto monismo materialista como concepción de la vida y del universo. Los conceptos de libertad y justicia, cuadran y se agotan enteramente en el mundo material, precisamente en el materialismo histórico-dialéctico. El problema de la libertad, dentro de esta concepción, es el problema del señorío sobre las leyes que rigen en el mundo material. El comienzo de la libertad humana tiene su origen en el penetrar de la razón humana en el misterio de las leyes naturales. Engels dice: "La libertad no se halla en la soñada independencia de las leyes naturales, sino en el conocimiento de las mismas y en la posibilidad que aflora de allí para dejarlas actuar de acuerdo con un fin previsto". Pero esto vale tanto para la naturaleza exterior, como para la vida física y espiritual del hombre. "La libertad de la voluntad no es otra cosa que la capacidad de tomar la decisión de acuerdo con el conocimiento de las cosas... La libertad consiste en el conocimiento del imperio de las necesidades naturales sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza exterior; por eso la libertad es necesariamente un producto del desarrollo de la historia". Así, al liberarse el hombre de la naturaleza, sometiendo sus leyes a los propósitos propios, cayó en otra esclavitud, todavía peor. "Las fuerzas que actúan en la sociedad se comportan tal como las fuerzas de la naturaleza: ciega y forzosamente, hasta que no las conozcamos y tomemos en nuestro cálculo". Siendo el modo de producción el factor más decisivo para la estructura de la sociedad y para su organización jurídico-política y para la conciencia jurídico-moral del hombre, es de trascendental importancia conocer las leyes de la producción de bienes. "Mientras nosotros nos oponemos con testarudez a entender su naturaleza y su carácter -la resistencia proviene especialmente del lado de los defensores de la producción capitalista- las mismas, actúan en nosotros, contra nosotros, sometiéndonos a su dominio... Con la socialización de los medios de producción, se elimina la producción de mercancías y con esto la dominación del producto sobre los productores. La anarquía dentro de la producción social, se sustituye por una organización planificada y consciente. La lucha por la existencia individual concluye. Recién con esto el hombre se separa, en cierto modo, en forma definitiva del reino animal, sale de las condiciones de la existencia animal y entra en las verdaderamente humanas ... La propia socialización del hombre frente a quien hasta ahora estaba como una necesidad impuesta por la naturaleza y la historia, desde ahora es un hecho suyo, propio y libre"... "Los poderes objetivos, ajenos, que ahora dominaban la historia, entran bajo el control del hombre mismo. Recién desde aquí los hombres harán su historia con plena conciencia, sólo desde aquí prevalecerán las causas sociales puestas en movimiento por los hombres mismos y tendrán también, en una medida creciente, efectos que ellos mismos quieran. Este es el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad"[11].

He aquí, en consecuencia. la base para los sueños de los "bogoiskateli" referentes al paraíso terrenal, a la "sociedad perfecta", a un futuro de justicia y libertad donde "cada uno trabajará según sus capacidades y recibirá según sus necesidades". Los buscadores de Dios, los preconizadores de un futuro mejor de la sociedad, han "descubierto" así, el secreto de la liberación del hombre y el verdadero concepto de libertad y justicia que justamente son ideas y realidades socialistas. En el proceso del desarrollo de la sociedad tiene primordial importancia el modo de producción de bienes y de su distribución. Una vez socializados los medios de producción, se crean condiciones esenciales para la libertad y la justicia sociales. Por eso hay que actuar. Las filosofías y los filósofos hasta ahora sólo interpretaban a la historia, pero desde ahora los mismos la deben cambiar. La revolución proletaria destruye la sociedad existente que esclaviza al hombre, toma el poder en su mano, socializa los medios de producción y libera definitivamente al hombre en la justicia.

Visto de esta manera el problema, no habría lugar para desesperar de la naturaleza humana. Los revoltosos de hoy, obrarían desde el fondo del más puro idealismo del hombre. Lógicamente, deberíamos, entonces, rechazar toda política de represión por parte de las autoridades constituidas.

Desgraciadamente, no es así. Las leyes de la sociedad no son idénticas a las leyes de la naturaleza. El conocimiento de las últimas se agranda a pasos agigantados, pero escapan, no obstante, al dominio total y absoluto por parte de la razón humana. Pero el conocimiento de las leyes de la sociedad, que son, en primer término, leyes de la libertad, parece inalcanzable para la misma. De ahí, los nuevos revolucionarios, los nuevos filósofos -buscadores de Dios- empiezan a suplir la falta del conocimiento por la voluntad de poseerlo y por la creencia en una nueva utopía. "La declinación de la fe específicamente religiosa, está siendo aprovechada con notable habilidad por el comunismo, que en este ámbito aspira a ejercer una suerte de vicaría. ¿Cómo puede ocurrir tal cosa? ... Por la sencilla razón de que el comunismo posee el fermento o corpúsculos que yo llamaría 'religioides', que en muchas almas provocan satisfacciones análogas a las de una creencia de naturaleza religiosa", decía no hace mucho, Raúl O. Abdala en "La Prensa". En efecto, los revoltosos de hoy desprecian a toda otra religión y a la sociedad entera, organizada sobre principios pre-socialistas y no-socialistas. El fanatismo de la nueva religión convierte a sus portadores en revolucionarios fanáticos, que diseminan la muerte por todos lados sin escrúpulos, o en gobernadores, que con el fanatismo más grande persiguen a quienes no aceptan su religión. La libre naturaleza del hombre deja grandes oportunidades para sus perseguidores. Pues la sociedad socialista exige seres humanos éticamente perfectos o automáticamente obedientes, lo que es imposible a todas luces. La violencia debería realizar esta imposibilidad.

Al analizar así la sociedad de autogestión de Yugoslavia -y se trataría de una sociedad comunista más liberal- un filósofo, casi consustanciado con la misma, concluye: "Está pues comprobado que, para eliminar la explotación no basta suprimir la propiedad privada de los medios de producción". Por la escasez de bienes de producción y por el instinto de posesión, habrá en esta nueva sociedad un grupo que se "apropiará de una parte de la plusvalía para sus propias necesidades, quitándosela a la sociedad..." Este análisis demuestra que en la sociedad post-capitalista en proyección hacia el socialismo, son bien posibles las formas drásticas de la alienación política: cuando la élite revolucionaria se convierte en la burocracia y se instala la diferenciación de ciudadanos en sujetos y objetos de la política". En efecto, razona este filósofo: "...se manifiesta con más claridad (después de la destrucción de la sociedad burguesa) la tendencia a la extrema concentración de los poderes de decisión en las manos de un estrecho grupo de dirigentes... El hombre pierde el control de las instituciones políticas, el Estado y el Partido que él mismo creó... (¿No decía lo mismo Engels acerca de la sociedad burguesa? - Obs. del autor de este artículo). Los asuntos políticos, incluso aquellos donde se exige iniciativa, como es el caso de las elecciones, no tienen más sentido, porque ya no es posible una verdadera elección, por lo cual su voto no tiene ninguna importancia. La política, en consecuencia, deja de ofrecer la más mínima satisfacción intelectual o emotiva: se renuncia a esto y se refugia en la apatía... se llega, además, a la degradación moral... en aquellos que consideran ventajoso dedicarse a la política. Ahora el miedo, las preocupaciones, la aspiración al éxito se hacen motivos primordiales de la actividad política... se acentúan la involución y la despersonalización del individuo. En lugar de desarrollar su personalidad, el individuo se olvida a sí mismo, liberándose de la responsabilidad personal y se convierte en un elemento de masa, puesta sin discriminación e irracionalmente a la disposición del jefe"[12].

Pero ¿qué pasa con los que no consideran ni oportuno, ni posible dedicarse a la política o refugiarse en la apatía? ¿Dónde quedan la libertad y la justicia socialistas?

Las cárceles repletas de los "enemigos de clase" o de la "unidad y fraternidad", son testimonios de la libertad y la justicia en aquel país, que se trata de presentar como el más liberal bajo el poder político comunista. Heinrich Böll confirmó el hecho, con la crítica formulada en el congreso del PEN-Club efectuado en mayo último en la ciudad macedónica Ohrid. Hablar de lo que pasa en este sentido en la Rusia Soviética y sus satélites más adictos, parece innecesario[13].

Se dice que Kruschov trató, más tarde, de rectificar o proclamar como apócrifo el discurso que fue publicado en el mundo libre como suyo. No obstante, es un hecho casi generalizado, que los gobiernos comunistas evitan mencionar a Stalin o al stalinismo. Mucho honor no les hace. En cambio, según ellos, el leninismo sería el sistema y la época de la libertad y la justicia socialistas. Todos sabemos que no es así y Alejandro Solzhenitzin nos ofrece un tristísimo testimonio al respecto[14].

No obstante todo esto, el mencionado filósofo servio (M. Markovic) sigue creyendo en la sociedad socialista, acusando de aberraciones al elitismo, burocratismo, tecnocratismo, "meritocracia", etc. olvidando que los fenómenos de esta naturaleza son congénitos a la sociedad en general y a la sociedad socialista-colectivista en forma especialísima[15]. El elitismo, la explotación y el terror con la consiguiente falta de libertad son fruto natural de la ideología y la práctica comunistas. De otra manera no puede ser. "La socialización del hombre asegura su perfecto control sobre la economía y conduce a la libertad perfecta. Consecuentemente es justo y equitativo, si se ejerce coerción en aquellos que no lo ven... y justamente aquí tocamos el punto más delicado del problema: el de la ética de la violencia, de la moral del terror. Quien no quiere ser miembro de la colectividad-totalidad de buena gana, a este se lo obliga por su bien y aquel de la humanidad. Quien usa el terror a favor del colectivismo, no choca con la libertad, al contrario, prepara el salto al reino de la libertad mediante la violencia... La que podría eventualmente suscitarse, debe ser constreñida, dominada y ahogada; en su lugar sube la conciencia colectiva. El marxista se sirve del terror con conciencia muy tranquila si confluye a realizar el colectivismo. Lo hace desde la convicción más profunda de que procede correctamente ... La ideología comunista niega al hombre toda clase de autonomía de su existencia" [16].

No obstante todos estos testimonios teóricos y prácticos, los filósofos y políticos marxistas antistalinistas tratan de salvar la utópica fe en su futura sociedad comunista, por lo cual acusan las aberraciones y desviaciones, sin darse cuenta o reconocer, que éstas afloran espontáneamente de esa clase de sociedad. Ellos quisieran la causa sin efectos, lo cual es imposible. La libertad y el terror son irreconciliables. El monopolio del poder y la justicia tampoco. Para una sociedad socialista se necesitaría el conocimiento y el dominio perfecto de las leyes de la sociedad, lo que es solo un sueño. A este imposible conocimiento se agrega la perfección ética de los hombres, que resulta inalcanzable, especialmente en la sociedad que anula a la personalidad humana mediante el terror y la violencia. Porque "el hombre no es ni bestia ni ángel, y lo malo es que quien quiere hacerlo ángel lo hace un bruto", decía Pascal. Esto es justamente lo que, trágicamente, resulta de los tristes acontecimientos de violencia que desbordan ante nuestros ojos. Los revoltosos "bogoiskateli", en el ámbito de las sociedades libres, y sus congéneres en el poder, en los países "socialistas", están o deberían estar de cara descubierta. La utópica fe en la libertad y la justicia sociales y socialistas es un puro pretexto en la lucha por el poder. Su enfrentamiento con los poderes de las sociedades libres o con los súbditos subyugados en su propia área de poder, es "un enfrentamiento de la revuelta pura con el poder puro, que no tiene salida", decía Danielou. Querer realizar la sociedad perfecta en el momento de la destrucción total de la personalidad moral del hombre, constituye la grande paradoja de nuestra época.

¿Cuál es pues, la salida posible? La razón que nos parecía asistir a los rebeldes, poco a poco se evapora. La confluencia de toda una gama de "revolucionarios" está apagando la luz de los "bogoiskateli" ensalzando como única la bandera del poder y el dominio. ¿Resulta entonces justificada la represión por parte de las autoridades políticas del mundo libre? ¿Cuál es la razón que condiciona limitando un proceder similar?

E. Fischer y H. Marcuse[17] reconocen la capacidad económica del mundo libre pero no obstante justifican, apoyan y propagan la rebelión contra el mismo. R. Marcic señala un significativo paralelo entre este fenómeno de rebelión contra el mundo libre en su cenit de bienestar económico, y aquel que se produjo en la Atenas clásica, también en el momento culminante de su florecimiento. Fueron los sofistas los que se rebelaron contra el sistema vigente en Atenas hace casi dos mil quinientos años. Hippias reprochaba a sus conciudadanos en el poder: "Ustedes hablan de la verdad, del amor, de la belleza, discuten acerca del orden, hablan de la justicia y ¿qué hacen? Orgullosos menosprecian a los bárbaros; ni los propios griegos les son iguales, no tratan a los griegos de las demás ciudades como a sus hermanos, sin mencionar siquiera a los otros hombres. Y, no obstante, nosotros todos somos hermanos y pertenecemos al mismo género humano. ¡Hipócritas! ¿Qué clase de orden es aquel en que se está hablando de libertad y que vive de esclavos?"[18] ¿Es exacta, y en qué medida la afirmación de Marcuse que la oposición revoltosa, especialmente de la juventud, es "una oposición que condena 'en bloc' al sistema y su way of life, condenando su constante y omnipresente presión, cuando por el juego de su productividad cada vez más represivo y destructivo, todo lo degrada a mercancías; oposición a un sistema en que la venta y la compra constituyen la sustancia y el horizonte, entero de la vida?" ¿Se pueden dirigir al mundo libre las mismas preguntas que Hippias dirigió en su tiempo a la opulenta Atenas?

Si estas acusaciones resultan justificadas, entonces sí que podemos hablar del enfrentamiento actual, entre las fuerzas rebeldes y de violencias por un lado y las autoridades constituidas en el mundo libre por el otro, como enfrentamiento entre "la revuelta pura" y el "poder puro", donde no hay ni diálogo ni salidas posibles, según Danielou. La sociedad libre se convertiría cada vez más en una sociedad cerrada, defendiendo su poder político y económico para ejercer la represión contra los que le contestan todo esto, especialmente contra una sociedad cerrada por principio y por práctica que quería sustituirla. Así la revuelta pura y el poder puro nos llevarían al caos y la aniquilación atómica, sin posibilidad de diálogo y de conciliación. "La civilización técnica, dice Danielou, reclama sus templos y sus festividades. Tiene técnicos y pide sacerdotes. Es un espectáculo a la vez lamentable e irrisorio que esto ocurra precisamente cuando los sacerdotes quieren convertirse en técnicos y cuando se busca transformar las iglesias en lugares de reunión política".

Aquí se remite al problema fundamental de la crisis en el seno de la misma Iglesia. Los sacerdotes que quieren convertirse en técnico, y las iglesias en reuniones políticas, se justifican afirmando que el amor práctico con nuestro prójimo es el mayor mandamiento de Dios y que desde aquí hay que empezar. De la misma idea surgiría también la "Ostpolitik" del Vaticano. En el diálogo todo es posible, todo se resuelve. Pero resulta no menos evidente que hay errores en ambas corrientes y descontento general. Entre los primeros hay desertores que escandalizan, mientras que otros por un interés supuestamente superior pasan por alto desgracias concretas de muchos pueblos y se estrechan manos a los que los oprimen. Pero descartemos por momento este problema específicamente eclesiástico que una vez cristalizado, podría repetir su influencia general en la sociedad occidental, quizás, universal, y miremos otra propuesta de solución en este caótico estado de enfrentamiento donde falta el respeto del Derecho y las partes oponentes, en lucha, se convierten en reino-bandoleros sin derecho, como acertadamente dijo San Agustín.

A los sofistas de aquel lejano tiempo de la historia. al rebelarse en Atenas, se opusieron Platón y Aristóteles. Demócrito y Antifón, protagonistas del sofisma y primeros materialistas en la historia, lucharon contra todo el orden positivo, allegando que al comienzo del mundo hubo caos, la materia sin forma, sin orden, sin constitución alguna. Todo lo que posteriormente se impuso es artificial, contrario a la naturaleza. es la esclavitud. Aristóteles defendió la idea que desde el comienzo del mundo hubo orden, rhythmós, derecho natural. El hombre realiza su destino en la sociedad política, pero no se agota en ella. No acepta consecuencia que mucho más tarde han sacado Hegel y el materialismo dialéctico, hundiendo al hombre en el colectivismo. El fin y el objetivo de la comunidad no es ella misma -pólis- sino el hombre, un ser con su dignidad y que vive para si mismo. La naturaleza humana -athropine fisis- delimita el poder de la comunidad, de la sociedad, del Estado. Por eso el derecho no es sólo un derecho positivo, la voluntad colectiva y del más fuerte. Hoy nuevamente con intensidad y urgencia se plantea una vez más el problema, si el sentido de la historia es el hombre o la especie humana, la totalidad o el hombre libre. El materialismo dialéctico comunista opta por la especie, por la totalidad, anulando al hombre como un ser libre con derechos prepositivos, sobrepositivos, naturales. El conflicto actual que se expresa en la violencia es el conflicto entre la tradición occidental que paulatina y progresivamente forjó el concepto de la personalidad humana, oponiéndolo a toda especie del voluntarismo despótico colectivista-socialista que repite antiguos despotismos del oriente. La esencia filosófica de este conflicto la constituye el problema ontológico: ¿Qué es la verdad? ¿El materialismo ontológico o el formalismo ontológico? Marcic, junto con muchos pensadores prominentes en la actualidad, especialmente en Europa, aceptan el punto de vista aristotélico. El formalismo ontológico como expresión del orden universal, inspira al Derecho que es la forma más importante para la vida y el desarrollo tanto del hombre, como de su sociedad y la historia. Negarlo en nombre de un supuesto caos natural o de una sociedad utópica por un lado o en nombre del más fuerte y de su voluntad por el otro, significa crear un vacío socio-político que catastróficamente está llenando la violencia. Porque el derecho no es solamente voluntad humana por cuanto puedan ser más fuertes los que lo formulen. Hay un derecho natural del hombre, superior a todas las pretensiones tanto caótico-anarquistas como oligárquico-voluntaristas. El hombre debe vivir en una sociedad abierta para poder componer sus intereses y sus derechos con intereses y derechos de los demás en la libertad y la justicia. El Estado colectivista-totalitario excluye esta posibilidad imponiendo el monopolio de poder en todas sus facetas y manifestaciones: en lo político, lo cultural, lo económico, privando al hombre de su dignidad y reduciéndolo al puro objeto del poder de un grupo de clase. El Estado pluralista, si se quiere liberal, si no se cierra en los privilegios plutocráticos, es un Estado abierto, donde todas las opiniones, respetando la dignidad humana, tienen la posibilidad de convivir dentro de una política de Derecho mesurada que tiene su fundamento ontológico tanto en el mundo físico como en la naturaleza nacional y ética del hombre[19].

El puro poder, sin el respaldo ontológico de esta naturaleza de Derecho, y la pura rebelión en nombre del nihilismo, de un caos ontológico o una utopía -especialmente marxista-socialista-, conducen al conflicto sin sentido, a la tremenda confrontación de grandes y pequeños bandoleros sin Derecho.

San Agustín sintió, comprendió y formuló esta antigua verdad. ¿Podemos comprenderla nosotros hoy? Y no sólo comprender. ¿Somos capaces de poner fin al enfrentamiento de violencias que se desgarran y amenazan a todos en nombre de qué? Hesíodo, el primer filósofo del derecho, según dicen, hizo recordar a los hombres que Dios les había donado el Derecho para que vivieran felices y no para que se devorasen entre sí como animales[20].

Los grandes problemas de la historia no se resuelven mediante crímenes. Para tal fin se necesita la máxima tensión de las virtudes morales e intelectuales de la humanidad. Los que diariamente ofrecen testimonios del desprecio del Decálogo son absolutamente ineptos para las tareas de esta índole. Si, no obstante, reclaman la libertad y la justicia socialistas, abriéndose el camino con la violencia, lo hacen desde su posición de debilidad, de acuerdo con la idea de Luis Veuillot, cuando dijo: "Quand je suis le plus faible, je vous demande la liberté parce que tel est votre principe. Mais quand je suis le plus forte, je vous l'óte, parce que tel est le mien".

¿Hay un régimen comunista-socialista que procedería de otra manera? Los rebeldes dentro del mundo libre o tienen la misma intención o no saben lo que están haciendo. En ambos casos se trata de la gran paradoja de nuestra época. El hombre más imperfecto intenta alcanzar la sociedad más perfecta.

 



[1] Así, por ejemplo, nada o casi nada se supo acerca de las huelgas de obreros en Yugoslavia durante los años 1970/71, que superaron a más de mil paros de trabajo. Hubo, incluso, casos en los que los obreros se vieron obligados a recurrir a bastones y látigos, para atacar a sus dirigentes sindicales y partidarios. (Ver: El socialismo yugoslavo de autogestión del prof. Rudi Supek, publicado en la revista "Praxis", Nos. 3/4 de 1971, bajo el título "Contradicciones y la insuficiencia del socialismo yugoslavo de autogestión" y luego reproducido bajo el título que señalamos en primer lugar en la revista alemana: Wissenschaftlicher Dienst Suedosteuropa, Nos. 1/2 1974, Munchen, págs. 20-31)

[2] Rene Marcic: Vom Gesetzesstaat zum Richterstaat, Viena, 1957, págs. 37, 55, etc., o del mismo autor: Jugend in den politischen Umbruechen, Separ., págs. 60, 61.

[3] G. Martínez Márquez: Nuevo método de "liberación" en EE.UU.: correr sin ropa, en "La Prensa" del 11 de marzo de 1974. Uno de aquellos extraños "libertadores" declaró a los periodistas, cuando un colegio similar femenino no quiso unirse a sus corridas: ¿Qué les pasa a estas muchachas de Bernard que no quieren ser 'liberadas?". Ver también: Jean Danielou: Insatisfacción de los jóvenes ante una sociedad tecnócrata, en "Le Monde" - "Clarín" del 24 de febrero de 1969: "Es evidente que un enfrentamiento de la revuelta pura con el poder puro no tiene sentido. No es posible el diálogo. Porque solamente podría entablarse en la medida en que la revuelta fuera la protesta del hombre en nombre de una realidad, que significara objetivamente al destino humano en función del cual se haría la protesta contra una sociedad inhumana. Pero para hablar de la sociedad humana, habría que saber qué es el hombre. Y en este punto los señores de la revuelta nada tienen que decir. Se detienen al nivel del rechazo, más nada tienen que testimoniar. No son profetas. Son enterradores", dice el recién desaparecido dignatario eclesiástico.

[4] J. Danielou, Op. cit. en "Clarín", Buenos Aires.

[5] R. Marcic, Vom Gesetzesstaat zum Richterstaat, pág. 95.

[6] R. Marcic, Jugend in den Politischen Umbruechen, pág. 57.

[7] Miguel de Unamuno, La agonía del cristianismo, Buenos Aires. 1966. págs 51-52: "Y es que el odio y, sobre todo, la envidia, son formas de amor. Los verdaderos ateos están locamente enamorados de Dios".

[8] G. A. Wetter, El materialismo dialéctico soviético, Buenos Aires. 1950. pág. 90.

[9] "El revolucionario es desde ya un hombre condenado; no tiene intereses personales, ni negocios, ni sentimientos, ni ligámenes... Todo se halla dominado en su persona por un sólo y exclusivo interés, por un solo pensamiento, por una sola pasión: la revolución... La única ciencia que conoce es la destrucción. Desprecia y odia a la moralidad social actual, en todos sus motivos, en todas sus manifestaciones. A sus ojos únicamente es moral lo que contribuye al triunfo de la revolución, lo que impide ese triunfo, es inmoral". Citado por Weter. Op. cit., pág. 66.

[10] W. Roepke, La crisi sociale del nostro tempo, Roma, 1946, pág. 15, explica lo que entiende bajo la denominación "interferencia" de los siglos. Niños, únicos privilegiados, como se decía a su tiempo, actúan hoy con arreglo a esta "interferencia" de épocas.

[11] F. Engels, Herrn Eugen Duehrings Umwaelzung der Wissenschaft, citado por R. Marcic en su libro Vom Gesetzesstaat zum Richterstaat, págs. 96, 97, nota 38.

[12] M. Markovic , Il socialismo e l'autogestione en La rivolta di "Praxis", Longanesi y Cia., Milano, 1970, págs. 30, 31, 33.

[13] Nikita Kruschov caracterizó a aquella situación en forma clásica, digna de su genio improvisador. "Daily Mail" del 22 de mayo de 1956 publicó la siguiente noticia después del famoso discurso de Nikita sobre Stalin y el stalinismo: "...Kruschov recibió un pedazo de papel (en la sala de reunión del Soviet Supremo - n. obs.) sobre el que estaba escrito: '¿Qué hacías tu mientras Stalin estaba cometiendo dichos crímenes?' Kruschov leyó estas palabras y dijo: 'Ruego a quien pregunta, que se levante'. Pero nadie se movía. 'Es justamente eso', agregó entonces Kruschov, 'lo que hacía yo mientras Stalin tenía el poder'". De acuerdo con otra información, Kruschov contestó: "¿Qué es lo que podíamos hacer? Había un dominio del terror. Bastaba mirarlo solo de reojo, para que uno, al día siguiente, perdiera la vida". Ver: R. Marcic, Vom Gesetzesstaat zum Richterstaat, pág. 94, nota 34.

[14] "V. I. Lenin, a fines de 1917, con el fin de implantar 'un riguroso orden revolucionario', exigió 'aplastar sin misericordia los brotes de anarquía entre los borrachos, gamberros, contrarrevolucionarios y otros individuos'..." Algo más: "¿En qué barrio de la gran ciudad, en qué fábrica, en qué aldea... no hay saboteadores que se autodeterminan intelectuales?", reproduce Solzhenitsin palabras de Lenin de los documentos oficiales en la época del leninismo. "V. I. Lenin proclamó como único objetivo limpiar la tierra rusa de todo brote nocivo". (Archipiélago GULAG, edición Plaza y Janés, Barcelona, 1973, pág. 33.)

[15] R. Michels, Los partidos políticos, Amorroturu editores, Buenos Aires. Ver especialmente la Introducción, escrita por Seymour Martin Lipset.

[16] R. Marcic, Vom Gesetzesstaat zum Richterstaat, pág. 99. "... el Estado monopolizador es siempre planificador y por lo tanto solo él está en el secreto del porqué y el para qué del proceso. Y aquí ponemos el dedo en la llaga: el Estado colectivista invade metastásicamente todo el cuerpo económico, precisamente porque tiene en vista consumar la planificación central, que somete toda la vida de una nación (que desde luego no es pura economía) a pautas restrictivamente económicas o, en cambio, pone el entero rodaje de la economía al servicio de una filosofía política. Y, en cualquiera de ambas situaciones la libertad individual queda gravemente comprometida", dice R. O. Abdala en El brazo largo del Estado planificador, "La Prensa", Buenos Aires, 13 de marzo de 1974.

[17] H. Marcuse, La fin de l'utopie, Delachaus y Niestlé, Neuchatel, 1966, págs. 44, 45.

[18] R. Marcic, Jugend in den politischen Umbruechen - La juventud en los quebrantos políticos, págs. 58, 59.

[19] J. Bryce, Les Démocraties Modernnes, Vol. II, pág. 589, afirma que los pueblos anglosajones no entienden la revolución desde la implantación de los regímenes democráticos, de la democracia, porque ésta está destinada a asegurar la vigencia de la voluntad del pueblo mediante elecciones libres. ¿Podemos aplicar esta sabiduría política -ajena por la experiencia, pero universal por su contenido- también a la vida de los demás pueblos y de nuestra comunidad argentina? Es de esperar que sea así. Un gran jurista francés (J. Barthelemy) en un trabajo (El valor de la libertad) dijo: "...los pueblos que supieron y pudieron permanecer fieles a la libertad, nada tienen que envidiar a los que abandonaron el camino de la misma", tratándose de justificaciones de cualquier índole.

[20] Ver: R. Marcic, op. cit., págs 60, 61; y A. Verdross-Drossberg, Grundlinien del Antiken Rechts und Staatsphilosophie, Viena, 1946, pág. 17.