Doscientos años de realización del sueño norteamericano

BOGDAN RADICA, New York

 

Studia Croatica, Año XVII – Enero – Junio 1976- Vol. 60-61

 

 

"Todos los hombres son creados iguales; son dotados por su creador de derechos inherentes e inalienables entre los cuales están la vida, la libertad, y la persecución de la felicidad".

THOMAS JEFFERSON,

"Declaration of Independence" (1776)

"Vendrá el tiempo cuando ciento cincuenta millones de hombres vivirán en América del Norte, iguales todos en su condición, perteneciendo todos a una familia, teniendo su origen en la misma causa, y conservando la misma civilización, el mismo idioma, y la misma religión, las mismas costumbres, la misma idiosincrasia, e imbuidos con las mismas opiniones propaladas bajo las mismas formas; y será un hecho nuevo para el mundo, un hecho que la imaginación trata en vano de comprender".

ALEXIS DE TOCQUEVILLE,

"Democracy in America" (1840)

LOS días en que estamos escribiendo estas líneas en el territorio estadounidense están signados por grandes manifestaciones dedicadas a los festejos del bicentenario de la independencia de Norte América. No se trata solamente de manifestaciones decorativas y visibles sino también y, desgraciadamente, de actividades comerciales que llenan todo rincón del país con sus publicaciones, de medios de publicidad masivos de tal manera que todos están empeñados en la competencia de expresar con más fuerza y entusiasmo su alegría por la consecusión de la independencia que se materializó después de las revoluciones más significativas y más constructivas de la historia. Todos los escritores americanos, no sólo historiadores o politólogos, sino también literatos y artistas rivalizan durante este año en concentrar cuanto más su atención en el retorno periódico de esta magna fecha que hace doscientos años cambió la cara no sólo de la América del Norte sino también de la mayor parte del mundo.

En efecto, han pasado doscientos años desde que trece colonias americanas del este y sur de este continente, entonces casi desconocido, rompieron los últimos lazos que los unían a Gran Bretaña y proclamaron su Independencia. Fue éste a la vez, el primer esfuerzo en la historia de la humanidad en que un grupo de hombres libres y esclarecidos se liberó también de la forma del poder monárquico que hasta entonces era un fenómeno universal aceptable. Fue éste el comienzo real de una nueva época histórica de la humanidad, porque, poco más tarde también el pueblo francés se encaminó por el mismo sendero, rechazando el poder de uno solo sobre la mayoría de los hombres. Por fin, la misma actitud se convertirá en realidad en el curso de nuestro siglo cuando, en la mayor parte del mundo, las monarquías desaparecieron por completo, mientras allí donde todavía existen, quedan sólo como sombra de lo que fueron en la época de la proclamación de la Independencia norteamericana. Se trata pues de una de las conquistas humanas que cambian no sólo la historia sino también al hombre que pertenece a ella.

Realizaciones parciales

Gracias a esta revolución americana, inspirada por los principios de la autodeterminación y la independencia, de la democracia y el republicanismo, la idea de que el hombre es el dueño de su vida, de su libertad v de su felicidad penetró en la conciencia de una parte de la humanidad; v que el poder no está dado por Dios a un solo hombre y que un solo hombre no puede dominar a todos. los demás sino que cada uno de los seres humanos es igual ante Dios y ante los hombres. Pero, lamentablemente, la oligarquía sigue todavía substituyendo en la mayor parte del mundo, al poder de las monarquías autocráticas. También en los estados donde se instalaron repúblicas, las democracias políticas, sociales o económicas están muy lejos de su verdadera realización, substituyendo a los regímenes absolutistas de tipo clásico, los regímenes totalitarios de dos ideologías —de la del fascismo y la del comunismo—. Mientras desapareció el legitimismo de los reyes, no se afirmó el principio de legitimidad de la democracia mayoritaria más que en algunos pocos países, y sin esto no pueden existir repúblicas. La visión profética de De Tocqueville de que la democracia destruiría al futuro resulta sólo parcialmente exacta.

Exacto es de que se eliminó el poder monárquico del pasado, pero el presente y el futuro están todavía signados solamente por una victoria parcial de la verdadera democracia. De Tocqueville vio también en la revolución norteamericana la victoria del principio de la igualdad, pero sabía bien de que el mismo encontraba muchos y graves obstáculos para su realización en plenitud. Vio claramente que la dictadura de uno de los pocos podría ser substituída por la dictadura de las mayorías.

Sociedad sin conciencia clasista

Resultaría difícil afirmar que la revolución americana durante estos dos siglos haya realizado la democracia de efectiva igualdad política y económica. Seguro que, comparándola con las demás sociedades del mundo actual, no sólo del mundo "capitalista", sino también con las del socialismo y más aún con las sociedades del signo comunista - soviético, la sociedad americana. es la más libre de todas las formas de dominación de una clase sobre.la otra. Incluso, podríamos decir que en la sociedad americana no existe la conciencia de clases, trátese de los obreros o de los empresarios. Los sindicatos obreros pueden considerarse en ciertos casos políticamente más fuertes que el capitalismo del cual podríamos decir que tiene vergüenza de aparecer en su carácter clasista. Lo que resulta peor y más difícil es quedarse solo como un individuo en una sociedad donde se impone —aunque desapercibida— una "dictadura" de las mayorías. Parecerse a los demás, no diferenciarse de los demás, ser conformista, ésta fue la característica de la clase media norteamericana. Pero una enorme rebelión del último decenio contra el conformismo, impuesto especialmente por la televisión, indica que, también en América, el individuo está resistiendo a la "dictadura" de las mayorías, más fuerte esta que en el caso similar de las viejas sociedades europeas que están imitando globalmente, en muchos aspectos y peores, el sendero de la uniformidad americana.

La revolución de los blancos

La revolución americana no es la obra del indígena indio como tampoco del hombre negro, llevado allí desde el continente africano por la generación de los colonizadores. Fue la obra del emigrado blanco anglo sajón que abandonaba las islas británicas no sólo por razones económicas, como lo exageran los marxistas, sino también y especialmente por razones religiosas y políticas para crear en un nuevo continente, una nueva sociedad, ordinem novam, liberada de las cadenas de las iglesias oficiales y las monarquías del viejo y anticuado continente europeo. "Dios indicó a esta tierra —habló el reverendo Cotton Mather (1620-1698)— para que se convirtiera en el asilo de muchos que El mismo quiere salvar ante la disgregación general". Partiendo desde esta gente a través de todas las multitudes e individuos emigrados hasta las personas desplazadas actualmente, en ningún caso se trataba únicamente de buscar la felicidad y el bienestar sino también el deseo de sobrevivir y trabajar en una atmósfera de libertad. La disolución de la Edad Media por el Humanismo y el Renacimiento y la ulterior aparición del siglo de las Luces debieron, como se creyó, terminar con el tiempo del monolitismo religioso y político, proponiendo a la humanidad visiones nuevas y más amplias con respecto a la organización de su sociedad y de su comunidad. Lo que no pudo lograrse rápidamente y con más eficacia en el saturado y viejo continente europeo, muchos ingleses y franceses esclarecidos creyeron realizar en un país casi virgen, primitivo y salvaje. América, aparecía a los europeos imaginativos, saturados por los anticuados prejuicios, como una nueva utopía, una nueva Arcadia, incluso una nueva Jerusalén, donde se lograría todo lo que no pudo lograr sobre las anticuadas bases y concepciones superadas.

Bajo el efecto de los tratados, nuevos y audaces, de un Locke o de un Montesquieu, tanto los jóvenes ingleses como los franceses, soñaban con obtener en el suelo americano no sólo la independencia y la igualdad política sino también la económica, y que la victoria de la república, y la democracia serían concretadas ante todo en el lejano territorio de América. Así unos Jefferson, Adams, Paynes, Washingtons, Hamiltons y Franklins realizaron en el nuevo y virgen territorio de las colonias británicas lo que nunca pudieron conseguir tan completa y perfectamente en su propia casa. En el territorio nuevo y libre de América, se sintieron libres, destruyendo los últimos vestigios del hegemonismo británico, y de esta manera abrieron para la humanidad una nueva dimensión revolucionaria que todavía no está terminada. Ella se está desarrollando en todos los rincones del mundo entero, y se desarrolla, desgraciadamente no siempre ni por la ayuda y hasta sin la comprensión de la actual política exterior norteamericana, dejando este proceso en manos enemigas de la verdadera independencia, quienes lo utilizan para inaugurar un nuvo tipo de colonialismo, mientras los Estados Unidos parecieran detener este proceso, autodestruyendo su renombre ante los pueblos de los cuales podrían hacer sus fieles aliados, si su política tomara como suya la iniciativa de liberar a todos los pueblos, especialmente a aquellos que en los últimos decenios cayeron víctimas del colonialismo soviético-comunista, fundado sobre la falsificación de la autodeterminación y la independencia, como lo es efectivamente el caso soviética y el de Yugoslavia.

Un sueño norteamericano de carácter universal

El infinito espíritu de independencia americana que inspira hoy a todos los hombres, por igual consciente o inconscientemente, se extiende desde Valley Forge a través de la cabaña del viejecito Tom hasta Catorce puntos y Cuatro Libertades. A pesar de que este espíritu no vio todavía y en todos lugares su realización, como ya dijimos, inquieta a todos, especialmente al hombre americano. A este último, como si sintiera que si no se realiza dicho sueño por todos los rincones del mundo, podría perderse, morir en el suelo donde nació.

A diferencia de los europeos, el hombre americano está libre de la experiencia de la Edad antigua y la Edad media. Excepto en los libros y los museos, el hombre americano no conoce y no lleva en sí la experiencia de aquellos siglos y no vive en su pasado. Esto es lo que lo hace libre e independiente, porque la primera cualidad no puede existir sin la segunda. Trasladándose imaginativamente a aquella época que precedía al 4 de julio de 1776, y leyendo todo lo que escribió en aquellos años la pluma de Thomas Jefferson o John Adams o de Payne que es al que más aprecio personalmente junto con Jefferson, y todo esto lo traslada a nuestra actualidad, digamos concretamente la actualidad croata, de la luz de esta literatura de las elevadas ideas humanas, clásicas en su simplicidad, cada uno de nosotros puede aprender muchísimo y aplicarlo a nuestra lucha por la independencia, lucha tan prolongada, martirizada y desesperadamente postergada. La filosofía de la independencia de Payne es la más apta para aplicarla a la lucha de los croatas por su independencia.

Hay que releer "Common Sense" de Payne

"Todo lo que es justo y razonable", dice él en su Common Sense, "justifica la separación. La sangre de un asesinado y la gimiente voz de la naturaleza gritan: «Este es el momento para que nos separemos»". Por eso, cuando nos reprochan a nosotros los croatas que somos separatistas —y lo hacen incluso los diplomáticos americanos, bisnietos de los separatistas de los tiempos de la Revolución y de su separación del Imperio británico—, por lo que luchamos los croatas también durante cincuenta años, declarando que estamos maduros para la separación y la independencia — debemos advertirlos que ellos mismos deberían releer Common Sense de Payne. Deben leerlo también los recientes inmigrados croatas y, al conocerlo, deben mostrarlo insistentemente a sus mentores americanos, especialmente a los del State Department, quienes evidentemente olvidaron su origen revolucionario. Al finalizar de releerlo a Payne como también Ias obras de Jefferson, se me hizo muy claro, que el egoísmo del rey británico y de su "premier", como también de todo el sistema colonial, excepción hecha con el ilustrado conservador E. Burke, fue la causa no sólo de la liberación americana de la Llamada "madre patria", sino también la razón que adelantó el desarrollo racional de la revolución. Si Londres hegemonista hubiera otorgado las concesiones más elementales a las colonias y si no hubiera adoptado medidas muy rigurosas para estrangular a una sociedad madura para su libertad y su independencia, posiblemente algunos de los líderes de la Revolución habrían aceptado la prolongación de la existencia de la comunidad. Payne tenía miedo justamente a esta posibilidad. Al igual que Franklin, gritando al unísono "no seamos tories ni whigs sino americanos". — "No sea-mos unitaristas ni federalistas sino americanos". Para nosotros croatas se plantea esta misma polaridad. No seamos ni federalistas ni unitaristas sino croatas. Para Payne ser separatista no fue una vergüenza. Por el contrario, este fue el más elevado objetivo por el cual un americano debía sacrificarse en la lucha por la libertad y la independencia. A los que dudaban de que América habría podido progresar, desarrollarse y en general vivir sin apoyo de Britania y sin participación dentro de la comunidad, Payne categóricamente y decididamente declaraba que todo esto era una ilusión, siendo la realidad totalmente diferente de la que "sustentan los pusilánimes y los servidores del colonialismo". "En realidad resulta evidente la posición —dice Payne— que el ser independiente -significa ser más fuerte y más potente". "Porque no hay nación que en el estado de dependencia exterior no estaría limitada en su comercio y encadenada y atropellada en sus fuerzas legislativas de tal manera que nunca está en condiciones de elevarse hasta un bienestar económico digno de mención. América no conoce todavía lo que significa la abundancia; a pesar de que el progreso que ha conseguido no tiene parangón en la historia de los demás pueblos, resulta pueril cuando se lo compara con aquello hasta donde pudo haberse elevado, si hubiese tenido el poder de legislar en sus propias manos". Por fin, Payne da un ejemplo al pueblo americano para hacer notar que América, bajo la administración británica nunca progresará económicamente, porque sin la independencia no hay ni felicidad ni progreso. Señala a sus compatriotas el caso de Francia y España que progresaban sólo porque no dependían de nadie. Con gran convicción concluye: "La independencia de esta tierra (es decir de las 13 colonias americanas) con respecto a Britania o a cualquier otra potencia, representa hoy el único principal objetivo digno de lucha y que, como toda verdad descubierta por la fuerza, se presentará cada vez más fuerte y más luminosa".

Analogía del caso croata

Todo esto nos recuerda el año 1971 en Croacia, cuando las fuerzas dirigentes y decisivas del pueblo croata sintieron que sólo una situación de independencia total del hegemonismo granservio, Croacia podría florecer y progresar económicamente hasta aquellos límites que nunca vio en su historia. Es por eso que Payne rechaza todo intento de "reconciliación" y de "compromiso" pidiendo únicamente la continuación de la lucha por la independencia, porque "el único interés de América es separarse —to be separated— de Britania". Para todos los que creen que la conciliación, no obstante, es mejor que la lucha porque provocaría una nueva carnicería, Payne cita la siguiente formulación de Milton: "Nunca puede crecer una verdadera reconciliación allí donde las heridas mortales se han infundido tan hondamente". Luego destaca como toda la "tentativa reconciliadora para lograr la paz resultó ineficaz". Millares y millares de americanos sufrieron persecuciones, matanzas y humillaciones a manos de la barbarie británica, concluye Payne y "por no poder conseguir nada sin golpes, por Dios, hagamos la separación definitiva para no dejar a la. generación futura que se destruya a sí misma por culpa de su padre o hijo casi anónimo". En cuanto a la situación internacional en que se hallaban las repúblicas coloniales, y que pronto se llamarían Estados Libres e Independientes de América, Payne, coma lógicamente también los demás próceres y conductores de la Revolución, contaban con la ayuda de Francia y de Rusia, a pesar de sus regímenes monárquicos y absolutistas, en lo que no se equivocaron. Pero el principal elemento como lo ve Payne, es la movilización del hombre americano en nombre de la Independencia, sin la cual para él, coma para la mayoría de los líderes revolucionarios, no hay libertad como tampoco felicidad y bienestar.

Los tiempos en que vivían Payne y los demás líderes de la Revolución fueron signados por Payne como "tiempos que ponen a prueba el alma del hombre". Se trata de tiempos muy similares a nuestros tiempos, no sólo por el hecho de que cada una de las generaciones en cada época debe decidirse por su paso extremo, sino también porque nosotros los croatas nos encontramos en la encrucijada sobre la manera en que debemos romper las cadenas que nos atan a Servia y como realizar nuestra Independencia. Cuando en una serie de impactos similares hemos vivido nuevamente la humillación de Karageorgevo en 1971 y que continúa desde que fuimos obligados a formar parte de una comunidad con y bajo Servia, recordamos la experiencia americana de doscientos años atrás. Con la aparición del Common Sense de Payne en la ciudad revolucionaria de Philadelphia en 1776, del cual se vendieron 120.000 ejemplares en tres meses, la idea de la revolución del pueblo americano vio el significado de su realización y de su existencia. Pero esto no se reflejó en el alma de la mayoría absoluta del pueblo, sino sólo en la de aquella minoría revolucionaria que sigue viviendo en todas las generaciones de la sociedad americana. Sobre nosotros, que pertenecemos a los pueblos que todavía no han logrado su independencia nacional recae ineludible y eterno deber de revivificar la idea de la Independencia de Payne tanto en la patria ocupada como ante la clase dominante y la opinión pública americana que trata sistemáticamente de olvidarla y esconderse ante la admonición de su propia conciencia.

La Constitución en la función de Biblia

¿Cuáles fueron los senderos del desarrollo de la independencia americana? Mirando retrospectivamente la vida durante estos doscientos años de América, podemos decir que se ha logrado el objetivo que se había fijado en 1776. A diferencia de la Revolución francesa no se convirtió, partiendo de la plena libertad, en el Terror como tampoco en el Termidor o en el bonapartismo. A diferencia de la Revolución rusa, no nego las libertades civiles como tampoco la de clases, imponiendo al pueblo lo que más temía Payne y los demás próceres al exponer el ejemplo de Masanell quien, liquidando en Nápoles la violencia española impuso la suya propia. No hubo allí, después de Payne, Washington y Jefferson, ni un Danton, Marnas, Robespierre ni Napoleón como tampoco otros opresores de la libertad en nombre de la libertad. A diferencia de la Revolución francesa y rusa, la americana supo cómo iniciar y finalizar su objetivo principal: asegurar la libertad dentro de la ley, garantizar la república dentro de la democracia. Este objetivo consistía en un logro permanente de la estabilidad interna, fundada sobre la aplicación de las disposiciones constitucionales, que aseguraban al ciudadano plenas libertad ante el gobierno y lo obligaba a que tomase en cuenta más al ciudadano que a sí mismo. El americano, según lo que suelen decirme algunos intelectuales americanos, Lucha en cada momento de su vida contra el Gobierno y contra su tendencia de pasar los límites constitucionales con que podría exponerlo y someterlo a las explicaciones arbitrarias de la ley y de la autoridad y de todo lo que constituye la fuerza viva de la Constitución americana. Por eso hay un diálogo cotidiano entre la autoridad y el ciudadano que se lleva a cabo en el Congreso en sus dos cámaras, en la prensa y en todos los medios que se llaman aquí "mass media" y que están a la disposición de la multitud y de la mayoría para impedir a las autoridades en su intento de controlar primero y limitar luego las libertades individuales. El hombre americano tiene plena confianza y conciencia del hecho que el hombre en la posesión del poder trata de restringir el poder y la libertad del individuo, lo que lo hace muy ruidoso al juzgar todos los actos y el proceder del Gobierno siempre y cuando se trata de actos que podrían poner en peligro sus derechos personales. En una palabra, mientras el americano no quiere al Gobierno, respeta devotamente la Constitución como si fuera su Biblia.

Sistema democrático a toda costa

Mirando retrospectivamente este proceso de la vida política americana uno ve con sorpresa que los Estados Unidos, en el curso de estoe doscientos años, no han sufrido más que una sola crisis que se convirtió en una guerra civil de dimensiones y proporciones muy grandes y significativas, de luchas sangrientas más bien entre blancos, y blancos que entre blancos y negros. En esta guerra civil (1861) se exterminaban unos a otros no sólo los blancos a los negros sino también los negros a otros negros y, por sobre todo, los blancos a los blancos. Pero tampoco esta guerra civil, que todavía tiene en la vida de la comunidad profundas huellas y que costó la vida de un previdente —Abraham Lincoln— .no sustituyó, no obstante, el poder de la democracia por el poder del ejército o de un partido político sobre otro. En cualquier otro país, el año 1861 habría podido marcar el cambio de rumbo instalando el poder de una oligarquía sobre la otra o sobre la mayoría y en contra de la democracia. En los Estados Unidos el sistema democrático continuaba, lo que indica fuera de toda sospecha de que no sólo los dirigentes americanos sino también las masas del pueblo pertenecieron fieles a su Constitución. Después de la guerra civil, América empezó un rápido cambio en su anato-mía social. En una república agraria, un poco anticuada, se inició rápidamente el proceso de la revolución industrial que justamente aquí encontrará el desarrollo más feliz y los resultados más efectivos. Al suelo americano entraba una nueva masa humana que llegaba procedente del sur-oriente europeo, donde se notaba la presencia especialmente de los italianos, eslavos y judíos. De esta manera América, como decía Luis Adamic, se convirtió en la "nación de las naciones". Entraba esa masa humana en este múltiple "melting pot" —crisol de disolución— y que vemos hoy que nunca se disolvió porque las personalidades humanas indisolubles se ven bien determinadas en sus grupos étnicos que cuestionan el poder de la clase dominante llamada WASP —de los anglosajones blancos y protestantes— de la que se dice que iba a ser una minoría impotente hasta el fin de este siglo—. ¡Que Dios no lo permita! — y que podría encontrarse en la posición de los indígenas indios de antaño marginados en sus reservaciones. Digo—¡ no permita Dios !— porque muchísimos de nosotros que hemos llegado a los Estados Unidos no lo hicimos para que sobre nosotros impusiesen su poder "agrupaciones étnicas", incluso si se tratara de aquellas a las cuales pertenecemos, porque para tal caso podíamos habernos quedado en nuestras propias casas o en otros lugares de Europa, Africa, Asia o de Ia América latina.

Teniendo presente que durante estos doscientas años no hubo más que tres casos de muerte violenta de presidentes y que sólo uno de ellos tuvo que abdicar, y que durante las crisis de esta índole en la mayoría de los países del mundo se habrían engendrado cambios fundamentales en la vida estatal con la intervención militar o de los grupos variados, de índole y de carácter de fuerzas oscuras, de golpes de Estado, de restauraciones monárquicas y de todo lo que en aquel momento estaba a la orden del día por todos lados y en todos los continente, entonces todo esto lo podemos atribuir y agradecer al espíritu constitucionalista y a la responsabilidad civil tanto de la clase política como de las masas populares, cuya confianza en la Constitución fue más fuerte que la confianza en los hombres que son los. encargados de aplicar la voluntad de la mayoría nacional respetando la constitucionalidad.

Daniel Patrick Moynihan, primero entre los delegados americanos ante las Naciones Unidas, que se acordó de que también los croatas podrían tener el derecho de presentarse ante ese fuero y exponer su caso propio, como lo hacen no se quienes —papuanos y los demás— y que escribió que la democracia americana en este año de su existencia bicentenal se parece a las monarquías, las cuales, como se sabe, se han ido extinguiendo de tal manera que hoy su número es casi igual al de las democracias constitucionales. De entre ciento cincuenta integrantes de la ONU hay sólo dos docenas de verdaderas democracias, mientras los demás son o las dictaduras más evidentes o las dialécticamente encubiertas y más vulgares. Ellas, tarde o temprano, echarán a las democracias legítimas de aquella institución, ideada y realizada por los americanos Woodrow Wilson y F. D. Roosevelt, apoyados por los viejos liberales europeos.

La conciencia de la responsabilidad

Mientras tanto podemos preguntar ¿qué es lo que pasó en Europa, durante estos últimos doscientos años, empezando con las persecuciones y torturas religiosas, hasta el lavado de cerebros? — ¿Qué sucedió en el continente latinoamericano en la inmediata vecindad de los Estados Unidos? -- ¿Que pasaba en Africa y Asia? Hay que tomar en cuenta en cuantas y reiteradas guerras Europa destruía su integridad, mientras América edificaba la propia. A excepción de Texas, América normalmente compraba las tierras como Luisiana y Alaska por importes de dinero insignificantes. No digo que todo en América fue oro y plata y que los americanos se trataban siempre entre sí con el espíritu del fair-play. El caso y el tratamiento de los negros no es, por cierto, un modelo ejemplar de la democracia.

La exterminación completa de los indios estuvo muy alejada del cristianismo y la filantropía. Pero el americano era consciente de todo esto y lo fue condenado bajo la cúpula del Congreso, de las iglesias y en la prensa diaria. También el plutócrata americano pudo hasta el comienzo de este siglo, hacerse desmesuradamente rico, explotando la mano de obra que le llegaba del sudeste europeo.

Pero, sintiéndose pecador responsable, como lo observó Max Weber, el invertía una gran parte de sus bienes en fundaciones humanitarias, inaugurando bibliotecas, museos, hospitales y universidades, las que hasta una gran parte de estas tareas fueron tomadas en cuenta por el Estado y el Gobierno Federal del país. No obstante, también en la actualidad, el capitalismo americano protestante continúa con una tradición similar más por miedo a las autoridades estatales que le imponen un impuesto muy alto y de rigor que por los pecados cometidos ante Dios.

Vacilación entre una civilización cuantitativa y la cualitativa

Esta operación financiera, sea por miedo a Dios o a las autoridades estatales, tuvo una feliz consecuencia al convertir gradualmente una civilización exclusivamente cuantitativa en una civilización cualitativa. Ya Pe Tocqueville señaló hace unos cien años y más, en su libro Democracia en América, y que cada uno de los europeos debería leer, que América cualquier idea que sea tiene tanto valor como tenga la posibilidad de transformarse en un valor material, concreto e, incluso, en dinero. Una idea inaplicable en este sentido pierde su valor para los americanos. Aquí está lo fuerte y lo débil de los mismos. Por mi propia experiencia de maestro yo se que, al explicar el valor y el significado de un Michelangelo o de un Picasso, mis alumnos observaban de inmediato que el valor de los dos maestros consistía en que sus obras se vendían por millones de dólares. Cuando nosotros, en los años de nuestra mocedad, mirábamos a Michelangelo o Picasso o las obras de otros maestros de renombre, no nos venía en mente la idea de su valor. No sólo De Tocqueville, sino también Guglielmo Ferrero, este último en su brillante obra Entre dos mundos al regresar de su viaje por los Estados Unidos preveía con temor de que la civilización americana cuantitativa iba a obstaculizar a la civilización europea cualitativa, esperando, no obstante, de que la civilización americana cuantitativa aceptaría de la europea muchos elementos cualitativos, porque sin una conjunción adecuada de la calidad y la cantidad no habría consonancia ni armonía en la sociedad y en el mundo. La ciencia y la técnica solas no están en condiciones de brindar al hombre aquella satisfacción esencial y la felicidad "mágica", inscripta en la Declaración de la Independencia Americana en el sentido que, junto "con la vida y la libertad" es el objetivo principal del sueño americano, lo cual denominan ellos mismos como el "American Dream".

Nuevos impulsos creativos

Cuando, después de la última gran guerra, la civilización americana inició su expansión por todo el mundo, este, a pesar de sus críticas al americanismo, aceptó todos sus inventos materiales desde el automóvil, las heladeras, televisores y mil y una maravillas de trivialidades y en esencia inútiles, que un americano promedio usa con más mesura que las masas americanas y euro-asiático-africanas, y también reconoció que esta manera de vivir americana —way of life— es más fácil y más cómoda que aquella vieja europea o la primitiva de los países rezagados y atrasados del mundo.

No obstante, el mismo americano, especialmente después de frecuentes e intensivas visitas a Europa, empezó a sentir cuánta falta le hacía la cultura cualitativa: el arte, especialmente el plástico, las diversas corrientes literarias, un estilo especial de comunicación y de maneras, un goce estético de la vida tanto en su alimentación como en las demás manifestaciones de vida. Convirtiendo cada vez más la barbarie en civilización, el americano empezó a descubrir sus originalidades creativas. El arte abstracto americano, sobre el lino o en la piedra, significa una especial rebelión creativa contra el materialismo y la tecnología. Fue ésta la rebelión también contra Hollywood que todavía hoy entusiasma a los espectadores europeos, africanos y asiáticos, mientras el film europeo de posguerra capta más la atención del americano que los gigantes artificiales de Hollywood. El americano empezó a descubrir también la sicología, la sociología y la sexología como ciencias. Los europeos y eI latinoamericano hemos estudiado estas ciencias en las obras clásicas y allí nos paramos. La tercera —la sexología— no la hemos estudiado simplemente. La aplicábamos por instinto. Mientras tanto, el americano está elabarando todo esto en sistemas y hoy en día está ahogándose y luchando en estos sistemas. Pero, al dar un vistazo a las vidrieras de las librerías europeas, entonces nos demos cuenta de una de las más grandes sorpresas: los europeos están traduciendo todas estas ciencias de interpretación americana a sus propios idiomas, las estudian y siguen con la misma devoción americana. Pero, al mismo tiempo, el europeo se burla y se ríe del americano por todo esto, especialmente por su modo de vivir. Por eso, Ias contradicciones europeas podrían resultar más fatales a me-nudo que las americanas.

Allí donde la expansión americana no tuvo éxito, es precisamente aquello por lo cual América surgió en el mundo. Se trata de su democracia, de su práctica más que de su teoría de la independencia y la libertad. Cuando un europeo se traslada al suelo americano, el consigue dentro de dos años liberarse de la saturación histórica europea o de lo que Hegel señala como "lastre histórico de la vieja Europa". No digo que este fuera el caso de todos y de cada uno de los europeos, sino sólo de aquellos que consiguieron liberarse del europeismo en su vida intelectual y la forma de su fuero íntimo. La mayor parte de los europeos, especialmente de los emigrantes después de la última guerra, conserva todavía tanto su idioma como sus prejuicios políticos y sus deseos para elaborar y aprovechar, utilizando a América, todo lo que podría llevarlo de regreso a su casa y realizar definitivamente lo que no pudo cuando la abandonaba. Este "mesianismo", especialmente del inmigrante político, no desaparece incluso cuando muere en el suelo americano. La experiencia nos enseña que uno puede tener éxito en América. si logra superar lo europeo en sí mismo y asimila por completo lo que hace eficaz al americano, es decir, que olvide su procedencia y origen. Todo esto tiene importancia especial para los intelectuales y los hombres políticos. Siempre y cuando se dedica a sus trabajos domésticos o a las cuestiones de su patria, cuando escribe en su idioma propio y en sus periódicos de inmigrantes, nunca entrá íntegramente en la vida americana ya sea espiritual como material. El continuará viviendo en su "ghetto" nacional, lejos de la corriente vital americana. Esto es más visible en el caso de los judíos. Aquel grupo de judíos que vive y trabaja dentro del ámbito de la vida judía, escribe en su idioma propio, hebreo o "jidish", no logra captar al público americano. Sólo aquella parte, en su mayoría la parte intelectual y literaria de la inmigración judía, escribiendo exclusivamente en inglés, ocupó los puestos cumbre de la cultura americana y se los considera como escritores y creadores americanos. Algo similar sucedió en sus tiempos con H. Heine en Alemania, con Moravia en Italia y con Saul Below actualmente en América. La cultura americana sin la contribución judía, resultaría vacía de la misma manera corno resulta vacía e insignificante la cultura alemana de posguerra sin la participación judía, intelectual y científica o, en una palabra, sin su aporte creador.

En nuestro caso particular Nicolás Tesla no necesitaba del idioma inglés como lo necesitaba Louis Adamič. Por eso, a pesar de su contacto con los círculos científicos y de negocio americano, Tesla habló un idioma croata puro, mientras Adamič pudo apenas balbucear en esloveno, pero por eso habló y escribió en idioma inglés; perfeccionado y embellecido por los conocedores nativos de este idioma. Adamič, no obstante nunca alcanzó en sus escritos el estilo ni el lenguaje de un John Des Pasos o de Norman Mailer. Nosotros los croatas, no dimos ningún escritor de mayor relieve al idioma inglés. La única excepción podría ser el joven Hitrec quien se dedicaba a describir la India, sin tocar jamás la vida de los croatas.

Acerca del fracaso norteamericano

Cuando, pues, después de la última guerra, la expansión americana, especialmente en Europa, y parcialmente, en Asia, trató de importar su tipo de democracia, experimentó un fracaso completo. El proyecto de Adamič en su libro antaño popular Two Way Passage, que consistía, por ejemplo, en enviar a los italianos americanos a Italia, americanos alemanes a Alemania, americanos croatas o servios a Yugoslavia, llevando y transplantando allí el tipo americano de democracia, fracasó completamente. Durante el curso de la segunda guerra mundial y después de la misma, los italianos no soportaban el hecho de estar instruídos por los sicilianos americanos, o calabreses y napolitanos en lo referente a la democracia americana. Por el contrario, exigían resolver sus problemas directamente con los anglosajones americanos, de las oficinas del Estado americano, como lo fueron Murphy, el almirante Stone y con cualquiera que no fuera italiano americano. Me acuerdo muy bien como se quejaban el conde Sforza, De Gasperi, Croce, Nenni y todos los demás ante los anglosajones, pidiendo buscar soluciones a sus problemas exclusivamente con estos últimos. Lo que más ofendía a los italianos fue la forma en que los sicilianos y los demás sureños italianos de América se dirigían a ellos en sus dialectos y en un idioma italiano depravado que los intelectuales italianos no aceptaban. Se sentían muy humillados al verse obligados a hablar con los italianos americanos. Una situación todavía más difícil se presentó en Alemania, donde generalmente los judios americanos de origen alemán fueron encargados de resolver problemas y relaciones alemanas, llevando consigo la virulencia y la pasión de la venganza. En cuanto a nosotros —eslavos del sur— unos pocos servios tuvieron más suerte que les croatas y por eso nuestra gente se dirigía más a los "verdaderos americanos" conciente de que el servio los engañaría sin escrúpulos. "El verdadero americano", se entiende, era WASP. Por eso el trasplante de la democracia americana al suelo de Europa experimentó por todos lados una catástrofe. El comunismo tuvo mucho más éxito en formar ciertas minorías adictas que tomaban el poder, apoyadas por la Armia Roja, a pesar de que la ocupación soviética es incomparablemente más cruel que el suave, ingenuo, ligero y magnánimo control americano ne parecía una verdadera ocupación. Europa nunca aceptará aquel tipo de vida americano, íntimamente ligado a la concepción específica y la práctica de la democracia de Jefferson, Washington, Adams, Lincoln, Roosevelt y Truman. La definición de esta democracia la expresó de la manera más significativa y exacta el poeta de la democracia americana, Walt Whitman en los siguientes versos:

"Le doy a Ud., quien quiera que Ud. sea, el agregado de todas las referencias conocidas,

El Presidente está en la Casa Blanca para Ud., no es Ud. el que está aquí para él,

Los secretarios trabajan en sus escritorios para Ud., y no Ud. para ellos,

El Congreso es convocado cada doce meses para Ud., las leyes las cortes,

la formación de los Estados, los Estatutos de la Ciudades, las

idas y venidas del comercio y del correo, son todas para Ud."

Inquietudes por el papel mundial de los Estados Unidos

América hasta que no pasó a ser una potencia y entró en la política mundial—world politics— seguía siendo la América de Jefferson, de Payne, de Lincoln y de Whitman. Desde que penetró dentro del torbeIlino de la política mundial todos los que la respetan no se sienten ni cómodos ni seguros y, lo que es más difícil, tampoco ella misma se siente cómoda y tranquila. También De Tocqueville presentía en su visión imaginativa que las dificultades más graves sobrevendrían para América cuando ella se enfrentase con los problemas generales del mundo. Es por eso que también George Washington en su discurso de despedida recomendaba a los americanos que se abstuviesen de intervenir en los conflictos europeos. El sueño de América como si no fuese más exclusivamente suyo, sino se convierte a la vez en el sueño de la humanidad entera. Mientras sueñan y piensan algunos americanos, nosotros nos preguntamos: ¿si este sueño es realmente un sueño de la humanidad entera o solamente de una parte, quizás la más pequeña, de la humanidad? Contestar esta pregunta configura la tarea más difícil de cualquier ensayo conmemorativo del bicentenario de América.

Se plantea, pues, la cuestión: ¿Si América, cuando salió y superó su aislacionismo clásico y comenzó a inmiscuirse a lo largo y a lo ancho del mundo, no sintió, menguar sus valores tradicionales? Tanto después de la Primera como también y, especialmente, después de la Segunda Guerra mundial, América. empezó rápidamente a perder su esencia interna tanto corno la externa. No se trató más de aquel Estado al que llegaban emigrados de todas las partes del mundo para poder vivir en él, donde se desconocía la guerra, la tiranía, el nacionalismo del viejo tipo europeo, como tampoco el comunismo y el socialismo. Cuando a mediados del siglo pasado aparecieron en América los socialistas y los más íntimos secuaces de Carlos Marx, ellos no tenían paradójicamente, la intención de imponer el socialismo en suelo americano. Incluso. los comunistas que llegaron en los últimos decenios no tenían ni la más mínima idea de predicar el comunismo en suelo americano. Mientras tanto, el hecho de que en Europa habían desaparecido las grandes potencias, obligó a América a sumergirse ella misma en la política de aquella enfermedad ideológica, militarista y hegemonista, de la que sufría la vieja Europa.

La doctrina de Monroe que después de las guerras napoleónicas amenazaba con oponerse a todos los intentos de restauración de las dinastías europeas en el hemisferio occidental y aseguraba con eficacia al mundo latinoamericano ante las invasiones europeas, después de las dos grandes guerras, a causa de la decadencia de las potencias europeas, obligó a los Estados Unidos para que optase por aquel lado que defendía primero al viejo continente contra el expansionismo alemán y luego contra el nacional-socialismo. Pero si bien la doctrina de Monroe consiguió defender al hemisferio occidental americano contra las monarquías europeas, no consigue sin embargo, contener la expansión del imperialismo comunista moscovita, incluso en sus cercanías. ¿No es un tremendo golpe para la democracia americana y para su "way of life" el hecho de que en su vencidad sureña, en Cuba, venció la ideología marxista de tipo moscovita, es decir de Lenin y de Stalin, y que el ejército de aquella isla, de antaño turística, transporta la ideología lenin-stalinista a Angola, dando por completo la espalda a la democracia de Jefferson y Payne? —¿Se convertirá Cuba en el vivero del imperialismo comunista-moscovita en el continente latinoamericano, mientras su ejército se halla ya en el continente africano? ¿Nos lo develará el futuro no lejano? La diplomacia americana actúa como si no tuviera suficiente habilidad y sutileza cuando ignora la agresividad y la resistencia al expansionismo comunista; como si le faltara la fuerza efectiva para contrarestar la penetración del imperialismo moscovita. Ya el mismo Hegel en su Filosofía de la Historia, viendo a América como el país del futuro, dijo "que el peso de la historia del mundo se descubrirá posiblemente en la competencia de las dos Américas —la del norte y aquella del sur"—. Queda como un misterio de la historia, si todos aquellos americanos que preveían, al terminar el siglo pasado y al comienzo del actual, que el Manifest Destiny, es decir el evidente destino de América es también una obra de la Providencia y un objetivo del futuro. Junto con ellos, hay que juzgar también a los que en el curso de la última guerra mundial proclamaron a este siglo como el "Siglo de América". Se imaginaban, junto con el autor de este slogan Henry Luce, que América sería "el centro para el entrenamiento de los servidores eternos de la humanidad, América, como un buen Samaritano, creyendo realmente que sería nuevamente bendecida y que daría más de lo que recibe, América hogar pudiente de los idealistas de la Libertad y la Justicia, y, de tal manera y con estos ideales la visión del siglo XX estaría forjada".

Esto coincide aproximadamente con lo que escribía De Tocqueville al finalizar el primer tomo de su Democracia en América: "Existen actualmente —se trata del año 1835, cuando fue publicado su libro— en el mundo dos grandes pueblos que, partiendo de puntos diferentes, parecen adelantarse hacia la misma meta: son los rusos y los angloamericanos. Los dos crecieron en la oscuridad y, en tanto que las miradas de los hombres estaban ocupadas con otros lugares, elles se colocaron en el primer plano de las naciones y el mundo conoció casi al mismo tiempo su nacimiento y su grandeza. Todos los demás pueblos parecen haber alcanzado poco más o menos los limites trazados por la naturaleza, y no tener sino que conservarlos; pero ellos están en crecimiento; todos los demás están detenidos o no adelantan sino con muchísimos esfuerzos; solamente ellos marchan con paso rápido y fácil en una carrera, cuyos límites escapan a nuestra vista.

"Profecía" de De Tocqueville y el agua hirviente

"El norteamericano está luchando contra los obstáculos que le opone la misma naturaleza, el ruso está en pugna con los hombres; el uno combate al salvajismo y la vida salvaje y el otro civilización con todas sus armas. Así las conquistas del norteamericano se logran con la reja del labrador y las del ruso con la espada militar.

"Para alcanzar su objetivo, el primero se apoya sobre el interés personal, y deja actuar sin dirigirlas la fuerza y la razón de los individuos; el segundo concentra de cierta manera todo el poder de la sociedad en un sólo hombre. El uno tiene por principal medio de acción la libertad y el otro la servidumbre.

"Su punto de vista, es diferente, sus senderos son diversos y, no obstante, cada uno de ellos se siente llamado por un designio secreto de la Providencia para tener un día en sus manos los destinos de la mitad del mundo".

Mientras tanto, ni siquiera en este plano está todo dicho y realizado. América todavía no ha gastado sus inagotables fuerzas las que podría llegar a usar cuando rebalce el agua en la olla que está hirviendo ya sobre el fuego que representa la situación mundial. La política que inauguró durante la última guerra, especialmente en el campo diplomático en Teherán, Yalta y Potsdam, no cesó y tampoco resolvió el destino del mundo. Esta política significó la pérdida de la paz para la mayor parte del mundo —de una paz que se imaginaba y esperaba— fundada sobre la liberación del imperialismo y hegemonía de cualquier suerte. Si bien un gran número de los pequeños pueblos africanos y asiáticos, obtuvo su envidiable puesto en el seno de las Naciones Unidas, organización proyectada y realizada con los esfuerzos norteamericanos, esos pueblos no son regidas por los sistemas democráticos y no están en conformidad con los intereses americanos. El mejor testimonio de la debilidad internacional americana en el mundo es el hecho que la mayor parte de las naciones integrantes de dicho organismo deja a los Estados Unidos casi siempre en posición minoritaria. Todo norteamericano sabe, y esto lo inquieta, que su América es la superpotencia más aislada del mundo. que cada una de sus proposiciones en la ONU no consigue la aprobación de los Estados occidentales europeos, como tampoco de todos les integrantes de la ONU. La ilimitada confianza de De Tocqueville en el futuro de la democracia de América, parece, justamente hoy, no del todo justificada. Si bien los ideólogos comunistas subrayan que la forma de su poder significa la victoria de la democracia, incluso de una democracia todavía más perfecta y superior al de las sociedades capitalistas y burguesas, Daniel Patrick Moynihan tenía razón al declarar, que las últimas democracias son aquellas dos docenas de países que en las Naciones Unidas quedan en minoría cuando se realizan las votaciones. Los Estados Unidos —agregó con su perspicacia— se hallan actualmente en el mundo como las monarquías después de segunda guerra mundial. Eso puede parecer un poco exagerado, pero es inobjetable que todos los pueblos, recurriendo a los principios americanos de autodeterminación y de independencia, no adoptan los métodos de la democracia americana y las ideas fundamentales que la inspiran, sino, al conseguir su "independencia", están vagando dentro del democratismo masivo y falsificado del carácter comunista-fascista, regido por un partido y por una minoría dirigente, por una oligarquía, apoyada decididamente por la policía política y los "Gulags" institucionalizados. Nadie está en condiciones de convencer, por ejemplo a la libre opinión pública europea o al ingenuo senador Church, de que la CIA es tan perfecta en sus métodos perversos de humillación y la aniquilación del ser humano como lo son KGB o la UDBA yugoslava. Por eso, la propaganda izquierdista ha conseguido presentar al servicio de información americano como más peligroso aún que las famosas fábricas de muerte comunistas. Lo que no pudo lograr la propaganda comunista e izquierdista en general, desfigurando la imagen de América, lo hace ella misma descubriendo la cara de dicho servicio.

Impacto de la propaganda izquierdista

Por eso, nosotros vivimos en el mundo libre bajo el imperio dominante de la propaganda izquierdista, donde todo lo que acontece como, por ejemplo, en Chile, resulta mucho más tremendo que lo que sucede en la Unión Soviética, o en cualquier otro país comunista. Cuando en España condenan a algunos terroristas que matan a los guardias policiales, levanta su voz de protesta la Europa entera y todo el mundo libre, pero cuando para Navidad comunican desde Belgrado que un joven croata —Hrkać— fue condenado a muerte, nadie protesta o se escandaliza. Tampoco lo hacen ante el hecho de que en Yugoslavia, lo que quiere decir en Croacia en su mayor parte, se encuentra el mayor número de detenidos políticos después de la Unión Soviética —unos ocho mil— y este hecho no molesta ni sorprende a nadie. Lo peor para un preso político en los países comunistas es el hecho de que para él no hay comprensión ni simpatía en la opinión pública del mundo libre, como tampoco en los órganos periodísticos de la misma, Todo lo negativo que sucede en los Estados Unidos a su vez se convierte en el objeto de las más amplia publicidad, mientras que uno de los ejemplos más cabales como funciona perfectamente la constitucionalidad democrática en colaboración con el poder judicial —el caso de Watergate o la destitución del presidente R. Nixon— pasa casi imperceptible o se lo considera innecesario mencionar cuando Nixon abandonó su posición anticomunista y empezó a colaborar con la Unión Soviética y abrió el camino para la colaboración con Pekin. Las mismas dificultades surgen cuando se trata de la democracia americana, de su corrupción, de la posición de las minorías nacionales, etc. sobre lo que se discute ampliamente en la prensa norteamericana y por otros medios de la opinión pública (mass media), lo que jamás sucede en la mayor parte de los socios de las Naciones Unidas. Es así que la América de posguerra que generosamente distribuía su dinero y su know-how, su saber y su técnica a través de todo el mundo, no encuentra una respuesta favorable, mientras que el experimento comunista partiendo desde la Unión Soviética, pasando por la Europa sur-este hasta China y Cuba, se vende con una propaganda ensordecedora como ejemplo de una "nueva democracia" y ejemplo de una sociedad más justa y de un nuevo humanismo. Y lo peor de todo esto es que la mayoría silenciosa americana queda indiferente, mientras gran parte de sus intelectuales, especialmente de las posiciones izquierdistas, ataca la actuación americana en el mundo, censurando a los órganos de su política exterior la cual ayudaría en forma excesiva a las dictaduras, al fascismo y las fuerzas conservadoras-reaccionarias, olvidándose de aquellas supuestas verdaderas democracias. Es como si los Estados Unidos ya no ayudasen a Tito, a la Unión Soviética o a Mao y que reanudarían su colaboración con Cuba, si Castro diera su placet. La crítica contra la política norteamericana desde las posiciones de la derecha, si las hay, apenas se oye y no tiene efecto, mientras los senadores Church y Pike como lo hacía con anterioridad Fullbright y otros ayudan objetivamente a la propagación de la revolución mundial, mientras se consideran a sí mismos conservadores y liberales. Cuando la izquierda norteamericana, procedente de las universidades, acusa al ministro de relaciones exteriores por su política, digamos, en España o en Chile, evita a toda costa la comparación con los métodos de gobierno vigente con anterioridad en el primer país y los que están en vigencia en el otro, con los métodos brutales imperantes en los países comunistas. En todas las reuniones de las diferentes organizaciones para la defensa de los derechos del hombre, el liberal norteamericano condena sin vacilación toda la lesión de los derechos civiles en cualquier país, de la órbita libre, pero se abstiene si se trata de un país comunista, porque enseguida observa que en estos nada puede hacerse. Esta doble y sospechosa moral de la izquierda anglo-americana del viejo liberalismo protestante no es nada mejor que el anticuado machiavellismo que siempre caracterizaba al establishment inglés y, también, al americano, utilizándolo ahora también los criptocomunistas y los comunistas cuando acusan a todos los liderazgos conservadores y liberales por su machiavellismo.

Siglo americano, americano-ruso o americano-ruso-chino?

Pero hay algo más importante en este injuiciamiento de América. El mundo se encuentra en el punto donde está por finalizar un siglo revolucionario y donde hay que esperar acontecimientos decisivos. ¿Con qué cara se mostraría entonces el brillante sueño americano en la constelación mundial? Siempre cuando el norteamericano piensa de su sueño, lo que el llama el sueño norteamericano —American Dream— el no es consciente que también en este sueño se están produciendo cambios muy significativos. La extinción de la clase media americana que desapareció ya en muchas sociedades europeas y la conquista de las masas obreras de un nivel de vida superior, transforma al capitalismo del siglo pasado en algo que los sociólogos norteamericanos señalan y que no pudo prever la importan-cia del papel de los Estados Unidos en el mundo. Le atormenta al norteamericano la tristemente-sentimental idea de que el "Siglo Norteamericano", anunciado en el curso de la última guerra, no durá más de tres decenios y de tal manera los Estados Unidos, después de este breve periodo, se vieron obligados a compartir este siglo con el Siglo Ruso-Soviético y que, dentro de poco, tendrá que compartir también con China. Aquí también el norteamericano dio pruebas de que se preocupaba más por conservar el orden en su país que por la conquista del mundo mediante sus armas nucleares. Comprendió también que no pudo comprar el amor del mundo al que después de la guerra salvaba del hambre ya sea con su pan, su leche, o con sus créditos. No pudo decidirse a intentar obtener por medio de la fuerza que el mundo lo respete y que siga su política de colaboración y felicidad. Es por eso que ahora el norteamericano está a menudo llorando sin saber hacia dónde dirigirse. A noventa millas de distancia de su último pedazo de tierra en el Atlántico se consolida un régimen que significa la negación categórica del democrático sueño norteamericano. Este régimen que desterró a un millón de sus ciudadanos que ahora están en tierra americana, envía su ejército provisto con la ideología y las armas soviéticas al Africa para que propague el comunismo soviético imperial. El norteamericano lo sabe y lo siente, pero se calla.

¿Porqué, pues, se sorprenden los pueblos del mundo, especialmente aquellos del sur-este europeo, entre los cuales estamos también nosotros los croatas, lo mismo como los pueblos del Asia y del Africa, al verse totalmente ignorados por la política exterior norteamericana y que incluso, los traicionó? Los norteamericanos no se sienten capaces de actuar frente a su propia casa y sus diálogos con los vecinos más cercanos —los de América latina— no son más que diálogos entre sordomudos. Aquella América de antaño, la América de Monroe y de T. Roosevelt, supo tomar posiciones más claras y firmes ante las tentativas de las monarquías europeas y darse el lujo de pasear por el hemisferio occidental, si bien en aquella época ella no era ni militar ni materialmente tan fuerte como lo es ahora. ¿Porqué ella no está en condiciones de emplear sus fuerzas con más imaginación, con más audacia y con más comprensión de las necesidades propias, las de sus vecinos y las de los pueblos olvidados de todos los continentes? — ¿Porqué América no pudo todavía elaborar una política, global que abarcaría los deseos fundamentales de la humanidad que está buscando la libertad, la igualdad y la felicidad? — ¿Tienen razón aquellos que consideran que la política norteamericana fue no sólo débil sino también errónea tanto en Europa como en Asia, América latina o en el Africa, o aquellos como la mayoría de los norteamericanos mismos que creen que la misma no pudo ser mejor a pesar de su debilidad? — ¿Está, quizás, la verdad en el medio de estas dos posiciones? Sin embargo, una cosa es cierta: que ningún otro pueblo en la historia gastó energías, tanto amor y tantos medios materiales como lo hizo el pueblo norteamericano con el fin de hacer un mundo mejor, para liberarlo de las guerras y, si hasta ahora no se produjo un conflicto general, debemos agradecerlo a la política norteamericana de abstención y de aflojamiento de Ias tensiones. Una política de esta suerte, que para los viejos diplomáticos europeos parece no sólo débil sino también ingenua, si bien favorece al imperialismo soviético y al peligro comunista, salvó a la humanidad, por lo menos hasta ahora, de la masacre más horrenda que habría sobrevenido de hacer estallar una guerra nuclear. Una política de esta índole pudo ser llevada a cabo únicamente por una potencia cuya naturaleza es radicalmente diferente a la de las viejas potencias europeas occidentales que, después de las dos guerras mundiales, llevaron al mundo a su estado actual perdiendo su posición de hegemonía.

El mundo mejor, si no puede ser aquel que deseamos

La singularidad de la democracia americana fue decisiva para el destino del mundo, introduciendo en Ias relaciones de los pueblos un nuevo método de comunicación entre los mismos, restringiendo la fuerza y eliminándola cuando el mundo enfrente contrariedades. Este no fue el caso durante estos últimos doscientos años de los grandes Estados europeos. América, a través de la historia se atiene a su declaración de la Independencia que la obligó a convertirse en superpotencia, y a sus principios, que conquistaron al mundo. Estos principios fueron aceptados por Lenin y otros comunistas de renombre a pesar de que nunca los cumplieron. América conquistó al mundo también por aquella sabia enunciación de G. Washington al decir: "We must.., make the best of mankind as they are, since we cannot have them as we wish!" En estas palabras diría yo, se resume el sueño norteamericano, que no se realizó, y toda la realidad norteamericana tal cual es. De una combinación entre este sueño y esta realidad norteamericana depende también el futuro americano y el futuro del mundo. Sin la presencia de América en el mundo, este no podría subsistir como un mundo de libertad y de democracia como las hemos conocido hasta ahora por lo menos en algunas partes de nuestro globo terráqueo.

¿Socialismo sin totalitarismo?

Está fuera de toda sospecha que el mundo no será como lo imaginaban los fundadores y los conductores de la Revolución Americana hace doscientos años. Ya en este momento sentirnos que América misma está cambiando; que las generaciones más recientes entraron en una crisis muy honda que ocasiona estos cambios; que la está carcomiendo la falta de seguridad espiritual y material y que en el horizonte se cierne el fracaso del capitalismo y el anuncio del socialismo. Un deseo bien arraigado e instintivo del hombre norteamericano por la libertad impedirá que este socialismo se convierta en la negación del verdadero socialismo o, mejor dicho, que no degenere en el sistema del totalitarismo unipartidario. Pero sé que el tiempo del capitalismo clásico está por finalizar, lo sienten también los mismos capitalistas americanos más iluminados. Si América no logra contrarrestar el expansionismo comunista-soviético hasta el fin de este siglo, ella se va a aislar aún más del resto del mundo. Para que no suceda todo esto, se necesitan nuevas visiones a partir de la transformación interna de la América misma, lo que ya comenzó a concretarse. La derrota militar en Vietnam, que lo fue no en el campo militar donde América pudo vencer, sino en las aulas universitarias americanas, engendró el sentimiento de que América no puede entrar en aventuras de carácter militar donde se trata del ataque revolucionario de la historia. La mayor parte del fracaso de la política exterior norteamericana se debe no a la de su ideal sino a un sistema que está ya, en muchos aspectos, gastado. Pero este sistema en sus fundamentos representa todavía la mayor garantía para un americano que no depende del poder sino que el poder depende de él. Y hasta que el mundo no comprenda esto, ya sea en su vecindad o en otras tierras más lejanas, quedará siempre entre América y el mundo una distancia, sin decir, un abismo. La idea de que América podría ser útil al mundo con su modo de vida está imponiéndose justamente en la actualidad en el plano material. Pero está muy lejos de dominar al mundo en el sentido ideológico y político. Aquí estriba la profunda contradicción entre la actual posición de América y la del mundo. La solución de esta contradicción se encontrará en el curso de estos pocos decenios que restan de nuestro siglo. El mundo está, como lo previó De Tocqueville, dividido en dos partes, una en la que domina el comunismo soviético del tipo ruso, y la otra que vive en libertad y democracia, sub-dividida a su vez en diferentes pero esencialmente comunes, formas de la libertad y la independencia. En el proceso que se está desarrollando, ya también el comunismo se ha dividido en el soviético y aquel de China. Mientras primero no da cabida a ninguna clase de ilusiones para los pueblos libres, el segundo todavía incorpora algunas esperanzas y posibilidades, por lo menos en el llamado tercer mundo, de que su instalación podría traerles perspectivas más promisorias.

A través de este conflicto, se desarrollará la suerte de América que es actualmente una de las más grandes conquistas de Occidente. Pero precisamente debido a ese desarrollo América cambiará mucho su actual modo de vida. Justamente ahora, si bien es la potencia más fuerte del mundo, ella está rezagada, ideológica y socialmente, en cuanto a las más recientes tendencias sociales de la humanidad. Estas tendencias son contradictorias y conflictivas. Todas ellas prometen a la humanidad una felicidad terrenal, si bien se han dada cuenta de que algunas de las mismas son muy débiles para poder realizarla. Es el deber de América para que con una nueva acometida en la historia convenza a la humanidad que la esencia de la felicidad no está en una nueva conquista tecnológica sino en el logro de un nuevo humanismo sin el cual el hombre no podrá sentirse contento bajo una ideología de cualquier signo que sea.