La victoria de lo inauténtico sobre lo auténtico

Algunas reflexiones con motivo del bicentenario norteamericano

Franjo Nevistić

 

Studia Croatica, Año XVII – Enero – Junio 1976- Vol. 60-61

 

"Si, absit omen, Norteamérica fracasa en su actual ordalía, ello representaría un desastre tan grande para sus amigos y asociados como para la propia Norteamérica" (A. J. Toynbee, Los Estados Unidos y la Revolución Mudial, EMECE, Buenos Aires, 1963, pág. 17).

El bicentenario de la Independencia de los Estados Unidos coincide con un período histórico que plantea y replantea gravísimos problemas no sólo para ese gran país sino también para la humanidad entera. Gravísimos problemas de la más variada índole tanto en el orden político, social, económico, racial y armamentista como también filosófico y religioso. Desde su posición aislacionista (J. Monroe) y su desinterés casi completo por lo que sucedía en el resto del mundo, la política norteamericana pasó a ser el factor decisivo de la política de nuestro planeta en su totalidad. En el curso de doscientos años ha experimentado una metamorfosis tanto interna como también en cuanto al ámbito exterior de su interés. La crisis actual, múltiple en todos los aspectos, que abarca a los pueblos y los Estados del mundo entero involucra en si también un factor expresamente norteamericano esencial sin el cual resulta inimaginable una solución o una salida cualquiera de la misma. Por igual trátase de una salida que nos llevaría hacia horizontes más claros o a una catástrofe general. La presencia y la participación norteamericana son absolutamente imprescindibles.

¿Qué podemos, pues, decir con motivo de un bicentenario de tanta importancia? —• ¿Es posible decir algo nuevo, original?

Después de las "profecías" de un Donoso Cortés, de un Alexis de Tocqueville, de Sainte-Beuve, etc. y mirando la actualidad que está confirmando dichas "profecías" con hechos, no nos sentimos en condiciones de hacerlo. Además, el autor de estas líneas, muy a pesar suyo, nunca estuvo en los Estados Unidos. Todo nuestro "saber y conocer" referentes a aquel gran país descansa sobre algunas opiniones escritas por los observadores de renombre casi universal o sobre lo contado por los hombres con criterio o sin él y que han tenido un prolongado contacto y una rica experiencia con, y en el ambiente natural y social-político norteamericano. No obstante, nuestro interés y deseo de decir "algo", de dar por lo menos enfoque parcialmente nuevo a la realidad norteamericana, persisten, y no se dejan silenciar. Es así que, bajo su presión, llegamos al título del presente trabajo. Nuestro deseo no se aquieta con un toque sólo superficial del problema. La victoria, pues, de lo inauténtico sobre lo auténtico ¿qué es?

Quien tiene cierta familiaridad con la filosofía de Martín Heidegger, comprenderá fácilmente lo que queremos decir. Si bien este artículo no es, o no debería ser, en primer término, de carácter filosófico, consideramos que una posición de esta índole podría proporcionarnos más la luz y la comprensión de la realidad que nos interesa que cualquier enumeración y descripción panorámica de los hechos. ¡Hechos y nada más! Según H. Keysering, esta afición norteamericana, este amor por los hechos sería la más grave "superstición" del pueblo de G. Washington. Una exagerada preocupación por los hechos y una incomprensible despreocupación por su interpretación, por el sentido de los mismos[1].

Sin omitir del campo visual la importancia de los hechos, a nosotros nos interesa más su sentido. De esta manera estamos en el campo de la filosofía y la religión. Como la cadena de los hechos nos lleva de uno al otro casi al infinito, así también el sentido de un hecho nos lleva al de otro, de una casa a la otra hasta el último sentido de todos los hechos y de todas las cosas en general.

ENIGMA DE ‘'EL FENOMENO HOMBRE"

Pero el hombre no busca solamente el sentido de los hechos y las cosas que le están enfrente como el mundo objetivo. Más bien él busca el sentido de su propia existencia colocada dentro de ese mundo objetivo. Se trata realmente del enigma de "el fenómeno hombre" (Theilhard de Chardin). Este enigma atormenta al; hombre durante toda su existencia, desde los albores de la civilización y la aparición cósmica del "homo sapiens". Muchos tenían fe en haber encontrado la solución del enigma —el origen, el sentido y el destino del hombre— y morían con la suficiente tranquilidad que la misma les aseguraba. Pero ninguna de dichas soluciones fue .aceptada por todos como definitiva, sin dudas y reparos. Las dudas y la inseguridad carcomían por dentro a cada una. Tanto que una tras otra seguían experimentando su abandono, parcial o completo[2].

El hombre nunca resultó tan problemático para sí mismo como en la actualidad, escribía M. Scheller en las primeras décadas de nuestro siglo. Pero, ¿qué diría hoy en 1976, después de las barbaridades de la Segunda Guerra Mundial o después de las que se están cometiendo en la actualidad? — ¿Es posible aceptar la realidad en lo que parece ser la verdad definitiva: homo homini lupus?

En la misma época en que escribía Scheller, dos filósofos intentaban, de una manera especial, resolver lo problemático del enigma del hombre. Theilhard de Chardin, jesuita e investigador de la naturaleza, hacía esfuerzos extraordinarios para conciliar la solución religiosa, precisamente cristiana, con la científico-natural, cosa imposible para Scheller. M. Heidegger, a su vez, procuraba el acercamiento de una solución filosófico-metafísica con una solución religiosa en general, llevándonos al umbral mismo de la religión. Nosotros los hombres debemos saber que "en cualquier empresa, que sea, una cuestión se nos impone y es la siguiente: "¿Para qué hemos venido al mundo? ¿Cuál es el fin del hombre?" escribió en este sentido Thierry-Maulnier.

Para dar una solución a estas preguntas o para encaminarlas bien por lo menos, Heidegger, entre otros términos y conceptos claves de su filosofía, forjó también los términos "auténtico" e "inauténtico". El hombre, sin su voluntad, se encuentra como tirado en este mundo de cosas encadenadas entre sí. El mismo entra en esta cadena. Usando las cosas (besorgen) el hombre crea entorno a sí mismo toda una red de relaciones tanto con las cosas como con los hombres. Se forma así la sociedad humana, profesiones, organizaciones, ciencia, técnica, riqueza, progreso, comodidades, etc. Todo sirve al hombre y el hombre se sirve de todo. Pero, mientras vive a nivel de cosas y se encadena con ellas, se hunde en las mismas y prescinde de todo otro aspecto de la realidad. Esta sería la vida inauténtica del hombre. Pero a cada uno le llega un momento en que empieza a preguntarse: "¿Por qué hay algo en general y no más bien nada?" Desde este momento nos sentimos específicamente diferentes del mundo inauténtico de las cosas, extraños al mismo. Desde esta altura todas las comodidades de la vida inauténtica parecen como sin valor, nulas. Se apodera de nosotros la angustia —el sentimiento central existencialista, no el miedo— y angustiosamente preguntamos por el sentido de nuestra existencia. Estamos en el mundo de las cosas, pero no sabemos ni de donde hemos venido, ni cómo, y ni donde desaparecemos. Al mismo momento pertenecemos y no pertenecemos al mundo de las cosas. No nos conformamos con él. Queremos saber hacia dónde apunta esta nuestra no pertenencia al mismo. Aquí empieza nuestra vida auténtica de hombres. En el mundo inauténtico la figura central es homo faber, homo mercator, técnico, creador, de bienes materiales. Sin despreciar todo esto, e, incluso, reconociéndolo como originario de nuestra vida, para el filósofo alemán una vida que se a gota en sus comodidades, es una vida inauténtica y decadente.

¿Por qué precisamente invocamos esta problemática con motivo del bicentenario norteamericano? A. Huxley escribía que, cuando se trata de los problemas específicamente humanos, no se trata de la metafísica o la antimetafísica sino de una metafísica buena o una metafísica mala. El hombre sin metafísica no vive una vida auténtica, diría Heidegger. "El fin de la vida humana es espiritual y esta finalidad espiritual es lo que distingue al hombre de las criaturas no humanas, que habitan en la superficie de este planeta'' [3]. Un nuevo testimonio de la vida auténtica, específicamente distintiva del hombre, y la vida inauténtica cuando el mismo se rebaja al modo de existencia de las demás criaturas.

Ahora bien, el principal motivo de los puritanos ingleses que los impulsó a abandonar Inglaterra y fundar las colonias norteamericanas fue la libertad religiosa, es decir una vida auténtica del hombre. Por eso replanteamos dichos problemas de autenticidad o no de la vida de los norteamericanos contemporáneos, precisamente en el momento en que están festejando el bicentenario de su independencia. Tomando el gravísimo peso de la responsabilidad de la defensa del mundo libre ante la agresión del totalitarismo y el militarismo comunista, ¿permanecieron el pueblo norteamericano y su política fieles a los ideales y motivos de los primeros inmigrantes puritanos?

DOS CAMBIOS TRASCENDENTALES

Ya en el momento de la revolución de 1773 figuraban motivos económicos financieros, precisamente los impuestos, que inspiraban a la revolución. Si bien Toynbee trata de ver allí los principios universales de los derechos humanos, es difícil negar allí también la presencia de motivos económicos, materiales. Una tendencia hacia lo inauténtico! En toda la historia posterior de Norteamérica prevalecía cada vez más un idealismo materialista. Un materialismo casi de carácter religioso. Hacerse rico se convirtió en el ideal supremo del hombre norteamericano. Los ricos, según la concepción puritana, son los hijos predilectos de Dios. La riqueza material es signo de la bendición divina. Para conseguirla, el hombre norteamericano, especialmente después de la revolución industrial„ convirtió su sociedad en la civilización más tecnificada del mundo. Pero este es el ideal del hombre animal, como dice Keyserling. El hombre se hizo por primera vez, calculando períodos de la historia en las categorías geolótica, en el dueño del mundo. El norteamericano, escribía André Siegfried, se desorienta, si no trabaja, no produce, no crea bienes materiales. "A él nunca le basta ser, necesita constantemente realizar... De aquí una asociación casi de regla entre la religión y la acción donde la primera podría cristianizar a la segunda, pero también corre el riesgo de ser descristianizada a su vez" [4].

Massis por su parte dice: "Una religión (norteamericana) de acción, no de contemplación, una religión de trabajo, de explotación desenfrenada de la vida, no de ascetismo: tampoco el hombre al servicio de la religión, sino la religión al servicio del hombre que produce". Se trataría de un "mesianismo de la producción, de la "tecnocracia del rendimiento"[5] Para no hacernos sospechosos de un "clericalismo de derecha", hay que prestar atención, por ejemplo, a lo que dice H. Marcuse refiriéndose a la posición del régimen actual estadounidense. Este régimen "rebaja todo al status de mercadería. Se trata de un sistema "en que la venta y compra constituyen la substancia y todo el horizonte de la vida" [6].

Todos sabemos bien con que propósito lo dijo Marcuse, pero no obstante la verdad es indiscutible. Baudelaire, refiriéndose al mismo problema, añade: "La actividad material exagerada hasta las proporciones de una locura nacional deja en los espíritus muy poco espacio para las cosas que no son de la tierra" [7].

En esto consistiría el primer y más decisivo cambio en el alma y la política norteamericanas. Lo inauténtico de la vida se sobrepuso a lo auténtico.

El segundo se refiere al tránsito de su política aislacionista a la posición de una potencia mundial activa, hacer de su país un ejemplo y paradigma dignos de ser imitados. American Journal of Sociology, según Massis, escribía a su tiempo: "...Nosotros somos (los norteamericanos. N. obs.) los elegidos por Dios para purificar y salvar al mundo mediante nuestro ejemplo. Si las demás naciones quisieran sólo adoptar nuestros principios religiosos y políticos, nuestra actitud general frente a la vida, ellas mismas muy pronto, y sin duda serian tan felices y tan prósperos como nosotros". De acuerdo con lo que dice J. Burnham, The New York Times, proponía a su vez reducir el estudio de la historia a la de los Estados Unidos.

He aquí, pues, indicaciones de carácter teórico para el plan político internacional de los Estados Unidos. La segunda guerra mundial, volens nolens, puso en movimiento la realización del mismo. Así, por ejemplo, un general de ese país, cuando desembarcó con sus tropas en Sicilia durante la última guerra mundial, hizo circular un folleto entre sus soldados, que decía: "Muchos de vosotros tenéis en vuestras venas sangre alemana e italiana, pero recordad que vuestros antepasados tanto amaron la libertad que en su busca abandonaron patria y hogar y cruzaron el océano. Los antepasados de los soldados que vais a matar no tuvieron el valor de hacer ese sacrificio y continuaron viviendo como esclavos... "[8].

No hay lugar a dudas de que el general norteamericano creía en la verdad de sus conceptos e intenciones: Liberar a los esclavos, traer a todo el mundo la libertad, la seguridad, la prosperidad y la paz!

Pero, una vez terminada la guerra con el derrumbe del nacional socialismo alemán y el fascismo italiano, terminó también la misión norteamericana de liberación de Ios "esclavos". El comunismo despótico — soviético que sometió a su implacable poder la mitad de Europa, fue reconocido como una filosofía y una política y un poder democrático-liberador. Aquel idealismo "imperialista" norteamericano de que escribía Irving Babbit, fue substituido por otros criterios. Los soldados americanos de "sangre alemana o italiana", después de haber matado a soldados de sus patrias de origen, dejaron a otros para plasmar el mundo. Su sangre y la sangre derramada de sus hermanos — franceses, alemanes, italianos, polacos, ucranianos, rusos, croatas, etc. sirvió solamente para que otros factores pudiesen tomar en sus manos las riendas de la política internacional.

"ATENA OCCIDENTAL" VERSUS "ESPARTA ORIENTAL"

Sainte-Beuve escribió: "No hay más de dos naciones... (Rusia y los Estados Unidos, Obs. nuestra). El futuro del mundo está allí entre estos dos mundos. Ellos chocarán un día y se verán luchas que el pasado nunca pudo ver, por lo menos en cuanto a las masas y el choque físico, porque han pasado ya tiempos de grandes cosas morales".

¿Se producirá, pues, el choque que preveía Sainte-Beuve o la partición definitiva del mundo, en dos mitades, como lo presentía De Tocqueville?

¿Es una osadía decir: ni uno ni otro? El mundo, a pesar de la partición en dos, está marchando hacia su unidad, hacia la paz. Pero ¿qué paz — la norteamericana o la soviética? La propaganda soviética, su potencial bélico y sus agentes en el seno mismo del mundo libre han logrado casi la paralización de sus reflejos de reacción. Sin un intento de desarmar el propio espíritu belicoso, los soviéticos logran cada vez más desarmar el espíritu de su adversario. La guerra con la Unión Soviética, repite con insistencia Kissinger, sería una locura y una matanza y un suicidio recíproco. Para no destruir, para no obstaculizar el progreso, continuará con la "détente", con el planear y el complementar de las economías respectivas y proporcionar la ayuda a los no desarrollados. Una economía mundial próspera, eliminará todas las barreras entre los pueblos e ideologías. Las ideologías descenderán de las nubes para desaparecer en el mar del bienestar y justicia generales.

Esta es la novísima ilusión que nos proponen en nombre del mundo libre los señores Kissinger - Sonnenfeldt, forjadores visibles de la política internacional de Washington.

La suerte de la Europa oriental, la catástrofe norteamericana en el oriente asiático, su derrota en el Africa y, después de Helsinki, la preparación de un asalto al resto del mundo libre europeo (el propiciado frente popular en Italia y Francia), Europa en diez años será marxista (Kissinger), ofrecen pruebas más que evidentes de cómo la repartición del mundo en dos mitades —la norteamericana y la soviética— resulta imposible. También de que las ventajas de la partición provisoria (treinta años) son de Moscú. Por eso que no se cumpliría la profecía De Tocqueville, la partición del mundo además de ser injusta, es imposible por la firme fe comunista en su misión universal y revolucionaria, que tomó de las manos de la política norte-americana, como decía Toynbee.

Tampoco se producirá el choque de Sainte-Beuve, porque Washington — "Atena occidental"— está rindiéndose y aceptando el puesto secundario en el mundo ante la "Esparta oriental" o Moscú. Las perspectivas de una paz soviética son más probables que las de una paz norteamericana. "Responsabilidad grave es la del que, siendo más fuerte, se ha dejado ir debilitando" (...) "A una política de audacia, se opuso una política de temor; a hechos decisivos, meras palabras. Ultima estampa de esa lenidad es la diplomacia corta de Kissinger, que se mueve, sin alas, con la andadura de las hormigas" escribió recientemente en "La Prensa", el Dr. Pita Romero, ex ministro español de la España pre-franquista. ¿Es pues para desesperar?

DOS SALIDAS POSIBLES

Hay todavía dos caminos de salida para que la perspectiva del futuro del mundo no sea tan pesimista. Eherry-Maulnier decía "que lo primero que hay que restaurar es la noción del hombre cuya grandeza y salvación posibles están ausentes y fuera de todos los cálculos". Hemos señalado ya, apoyándonos en opiniones auto-rizadas, que esta es la característica fundamental de la vida y la política norteamericana: ausencia de una verdadera noción del hombre en todos sus cálculos transcendentales. Lo inauténtico ha prevalecido sobre lo auténtico en la noción del hombre. En este sentido podemos aceptar la recomendación de Toynbee sobre la necesidad de una regeneración religiosa norteamericana y del espíritu de San Francisco, "el alma más grande que haya aparecido en nuestro mundo occidental desde que nuestra civilización occidental comenzó a emerger de la edad de las tinieblas" [9]. Y no lo considera imposible. Este sería el primer camino de salida.

El segundo consistiría en lo siguiente: H. Keyserling afirmó que para el siglo XX de los Estados Unidos habrá que considerar como tipo de hombre más representativo a John B. Watson. Según su concepción sicológica behavioriana modernizada, el hombre es un animal como los demás animales. Le falta absolutamente una verdadera iniciativa espiritual originaria o de voluntad libre. Todo en él está librado a la influencia externa, a la "sugestión" o la incitación del ambiente natural y social. Luchando con la naturaleza por su bienestar logrado en una vida "condenablemente cómoda", como lo observaba un hombre oriental, el norteamericano habría olvidado factores propios, metafísicos, religiosos, etc. y se habría hundido en la vida animal, inauténtica como lo diría Heidegger, en el ambiente de los hechos científico-técnicos y en el bienestar que los mismos le proporcionan. Para salir del actual impase ante su retador soviética, debería llegar un impacto exterior, una abrumadora "sugestión" para provocar la adecuada respuesta. Esta debería ser contraria a la obediencia "orgánica" que nos recomienda la "doctrina" Kissinger-Sonnenfeldt.

El favorito de ciertos círculos norteamericanos, el sanguinario M. Djilas, decía hace poco: "Creo que los Estados Unidos no son capaces de hacer una política internacional agresiva. Para esto le falta a ese país un estímulo (sub. por nosotros. Obs. de SC). Para que uno pueda conducir una política dinámica, es necesario tener un pueblo, un movimiento, un gran objetivo. Nadie quiere ir a la guerra por la United Fruits o por la ITT". No hay pues, impulso, no hay pueblo, no hay movimiento ni gran objetivo, dice Djilas para el pueblo norteamericano. ¿No podrían estas afirmaciones actuar, en concurrencia con otros factores externos, como el impacto exterior en el hombre norteamericano? Para suavizar, posiblemente, sus tremendas afirmaciones, Djilas a continuación se refiere a la crisis de la "punta política", lo que nos permitiría suponer que tal vez piense otra cosa en cuanto al pueblo. Pero el mismo destruye esta suposición al decir: "Los norteamericanos tienen un gran ejército, pero se trata de un ejército sin moral" [10]. Pero ¿un "gran ejército" no es el pueblo mismo? ¿No tiene moral el pueblo tampoco?

Tristísima, pues, constatación de un supuesto amigo norteamericano. Pero, no obstante, no desesperada. Djilas toca solamente en forma indirecta al pueblo norte-americano, cargando la responsabilidad sobre la "punta política". Por nuestra parte, nosotros tenemos otra opinión sobre el pueblo- de G. Washington. A pesar de la autoridad de tantos teóricos, en la política no debemos tomar todo al pie de la letra. No creemos totalmente en la inautenticidad de la vida norteamericana ni en su behaviorismo watsoniano de Keyserling. Si está paralizada la "punta política" por el sentimiento de capitulación ¿qué pasa con "la mayoría silenciosa?" — ¿No tiene ella la suficiente energía para liberar a su "punta política" y sí misma del pernicioso impacto del "détente" y en una reacción vigorosa imponerse al despotismo comunista en el mundo como se impuso al "desierto y la barbarie" en los siglos pasados sobre lo que escribió Tocqueville?

LOS CAMBIOS PERCEPTIBLES EN LA POLITICA INTERNACIONAL DE LOS ESTADOS UNIDOS

La inseguridad de la posición de Kissinger, los resultados preelectorales aleccionadores por la candidatura presidencias, no deben terminar con las elecciones. Es necesario despertar a todos los "ghetos" étnicos en Norteamérica: rusos, ucranianos, pueblos bálticos, polacos, húngaros, rumanos, croatas, eslovenos, eslovacos, búlgaros, albaneses, alemanes, italianos, franceses, etc. porque ellos son esa mayoría silenciosa norteamericana. Si se omite hacerlo y continúa con la "détente", entonces la ordalía actual norteamericana, si la hay, fracasará en perjuicio de Norteamérica y de todos sus amigos, lo que no le deseamos junto con Toynbee. El bicentenario debe ser el motivo del retomo a la iniciativa universal para la liberación. La Norteamérica no debe convertirse en una potencia conservadora de privilegios y de privilegiados. El gran país debe despertarse de lo inauténtico de su vida y reiniciar una vida auténtica, cuyo presupuesto esencial es la Libertad. Una libertad universal es también un atractivo universal. Así saldrá de su actual y aparente aislación y encontrará aliados en todos los rincones del mundo, especialmente de aquellos bajo la tiranía comunista. Si el tiempo es breve para una regeneración del espíritu de San Francisco, el impacto de la tirania comunista, amenazando mortalmente a la civilización occidental debería despertarnos a todos de lo inauténtico de la vida y buscar sin miedo la fraternización de todos los pueblos en la libertad. Esto, por supuesto, no considera la guerra como medio inevitable.

 

 



[1] Graf Hermann Keyserling: Der Aufgang Einer Neuen Welt, Stuttgart, 1930. Ver especialmente el titulo: Das Tier - Ideal, págs. 153-187.

[2] "Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, empezarán a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas totalmente irreconciliables entre sí". El autor se refiere a la fe judeo-cristiana, al racionalismo de la antigüe-dad clásica y las ideas forjadas "por la ciencia moderna de la naturaleza. (...) "Si se considera ... que los tres círculos de ideas están hoy fuertemente quebrantados, cabe decir que en ninguna época de la historia ha resultado el hombre tan problemático como en la actualidad". Ver Max Scheller: El Puesto dei Hombre en el Cosmos, Buenos Aires, 1943, págs. 25, 26).

[3] A. J. Toynbee: Op. cit., pág. 114.

[4] A. Siegfried: Les Etas-Unies d'aujourd'hui, cit. por: H. Massis: "L'Occident et Son Destin, París, 1956, pág. 20.

[5] H. Massis, Op. cit., págs. 20, 21.

[6] H. Marcuse: La Fin de l'Utopie, Neuchatel, 1968, pág. 45.

[7] Cit. según H. Massis, op cit..pág. 19.

[8] Luis Diez del Corral: El Reparto de Europa, Madrid, 1954, págs. 271,2

[9] A. J. Toynbee, Op. cit., pág. 110.

[10] En "Kleine Zeitung" (Austria) del 27 de marzo último (1976). Nos referimos a la conversación mantenida entre Djilas y el periodista alemán Carl Gustav Strohm.